En Penumbras... de Magda Robles
En penumbras es donde los sueños cobran vida, junto al crepitar del fuego y el danzar de las llamas...
Otro papel amarillo...
Habitaciones (en)cerradas
Poemas para salvar Las Tablas
El pasado 12 de Diciembre tuve la suerte de participar en un evento maravilloso, un intento de alzar la voz y pedir ayuda por el impresionante humedal que son Las Tablas de Daimiel, del que hoy he recibido este precioso documento gráfico donde se recogen instantaneas de ese día:
Y junto a él, es todo un lujo poder compartir el libreto con todos los poemas leídos en tan especial ocasión, entre los que se encuentran dos de una servidora, y que fueron ilustrados con mucho cariño por una gran maestra como es Higorca Gómez Carrasco. Gracias siempre, por haber contado conmigo para este proyecto, que supuso para mi una experiencia inolvidable.
Porque todavía veo el mundo a través de tus ojos…
En una mirada desconocida que iluminó mi rostro, que casi rozó mis labios, y me miró ignorante de que eras tú quien me traspasaba... Te reconocí, me reconocieron por un instante, dibujando una sonrisa en la pupila, como un chispazo...
Me dueles en los párpados...
"Quería tan solo
intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué
habría de serme tan difícil?"
Hermann Hesse, en Demian
Extrañas...
Mas la extraña ya no me miraba: me daba la espalda. La línea de su cuello me provocaba, sus hombros esbeltos eran una clara afrenta a mi persona. Y sin embargo, percibí que ella también se mostraba ansiosa. Me buscaba a través de otro rostro de cristal y su reflejo, una y mil mujeres, extrañas todas encarnadas en un solo cuerpo...
Cruzando puertas
Avanzó lentamente, y fue encendiendo sombras a su paso. Al llegar al final del pasillo, cerró despacio, casi sin hacer ruido, dio tres vueltas de llave... y dejó su vida detrás de la puerta.
Perdida entre páginas
Arena
Notas de lluvia.
Tarde de lágrimas
Aprendiendo a sentir
Tan solo era un pequeño juguete de metal: vacío, lleno de aire donde debiese habitar un alma. Sin más necesidad que unas manos que le diesen la vida, y una sonrisa infantil que contemplase su milimetrado movimiento. No era su intención ser así, nunca fue su culpa; solo era una carcasa hueca, no podía albergar calor ni sentimiento. Día tras día pasaba dormido en su estante, rodeado de inventos extraños, y la única compañía del tic tac de su propio corazón. Puesto que era un autómata, solo una fría máquina le daba vida, impulsaba su cuerpo y le obligaba a vivir. Robaba el reposo a los días en que su creador olvidaba dar cuerda a su mecanismo, quedando relegado entre cachivaches y objetos varios. Pero aun así, era el orgullo de su inventor: preciso hasta el extremo en cuanto a las órdenes que recibía. Nada fallaba, ni un engranaje, ni la más mínima pieza en su maquinaria.
Un día, como tantos otros, recibió el impulso vital del inventor, y se prestó a hacer las delicias de una dama encopetada que visitaba la tienda. La acompañaba una joven doncella, acompañante y sufridora de los caprichos de su señora. Piel de terciopelo, un leve rubor tiñendo las mejillas de su carita de ángel, tuvo la osadía de cometer un desliz imperdonable: sonreir ante el movimiento del juguete. De manera fulminante, el pequeño autómata perdió el paso. Dió un traspié, mientras la insufrible dama reía a carcajadas, y temeroso ante la cara de enfado del inventor. En mitad del desconcierto por este fallo, alzó la vista, y se prendió de los ojos de la niña. Y con una tristeza inmensa, aunque por supuesto él ignoraba que estaba experimentando un sentimiento, vio surgir una lágrima. Y esa lágrima rodó por la mejilla, a la par que nuestro pequeño amigo avanzaba en su caida. Sin salir de su asombro, dió con sus tuercas en el suelo, justo en el mismo instante en que aquella gota de pena se volvió sangre para el autómata. Recibió la savia de la joven damisela sobre su ajado cuerpo. Mas esta sangre no fue portadora de vida, sino causante de muerte: el pequeño mecanismo que marcaba el tic tac de su corazón se ahogó...
Una taza de café
Se instaló, una pequeña presencia sin importancia, que casi pasó desapercibida hasta para el personaje pintoresco acomodado al otro lado de la barra. Mas al fin, sumergió asperezas y desgana en una humeante taza de café, y dejó escapar el tiempo entre sus dedos, sencillamente sin hacer nada. El reloj de arena movió montañas, el mundo exterior continuó su curso, y mientras ella se mantuvo perdida en una simple taza de café. Hasta que alzó la mirada…
Y en ese sutil deslizar de sentidos de un horizonte a otro, se detuvo levemente, y en su tropiezo cayó en otros ojos que la observaban. Eclipses de silencio detuvieron el mundo, y la nada llegó rauda para devorar a quien osado aminoró su paso contemplando esta escena: todos sobraban.
Por momentos transmitió verdades compartidas, secretos caducos e imperecederos que arrastraba en su mochila, como una carga. Con él, no necesitaba palabras. Cada fibra de su cuerpo tembló al ser reconocida en los ojos de un extraño. Se palpó incluso el conocimiento ancestral entre uno y otra, que impregnaba un aire que se negó incluso a ser respirado…no les hizo falta. Conoció miles de rostros que terminaban siendo el mismo, arrastró sentimientos encadenados que oprimían con tal levedad el pecho que asfixiaban sin llegar a matar, pero con él se vio libre de todo: él la escuchaba. Por eso le entregó su “aquí” y su “ahora”, y los trocó en eternos. Y acumularon vidas en un solo segundo: pasadas, presente, futuras, pero todas compartidas. Encontraron instantes que se hicieron eternos, ya que el mundo cerró sus puertas, se quedó vacío, y continuó su curso por y para ellos.
Un abrir y cerrar de ojos duró aquella mirada. Él apuró su copa, ella volvió a sumergirse en una helada taza de café. Después, cada uno siguió con su camino, seguros, convencidos de que antes o después volverían a encontrarse…
Un pequeño cofre olvidado
O quizá insignificantes retazos de infancias truncadas, sueños imposibles que murieron en el intento de ser alcanzados, o sentimientos que no hallaron contrapartida. Polvo y humedad fueron su única compañía, cubrieron sus maderas, y fueron apagando su color, sepultando así aun más su insignificante e ignorada existencia. El sol entró de manera furtiva algunos días en el desván, inundándolo de color y fuego; a veces, la tormenta retumbó y partió el cielo en noches interminables y tenebrosas, pero el pequeño baúl no parecía tener conciencia de todo ello. Se limitaba a permanecer abandonado, escondido, guardián de sus pequeños secretos que a nadie importaban: quizá por ser demasiado insignificantes, o quizá por parecer demasiado extraños... Nunca se sabe.
Pero un día cualquiera, pasos temerosos se dejaron oír entre los ecos del desván. Poco a poco, de manera sutil, terminaron dirigiéndose hasta el último escondite, donde yacía nuestro cofre olvidado. Quizá hasta miedo daba, pues estaba cubierto de polvo, de tejidos laboriosos de arañas, y de suspiros. Mas una mano se acercó, y lo abrió con suspicacia: no esperaba encontrar nada. Los ojos se adaptaron a la penumbra, a los tonos grises, las manos a la aspereza y el tacto polvoriento.
Y el cofre empezó a sentirse aun más y más pequeño, temeroso de las fruslerías que durante años había cobijado. Terminarían entre un montón de despojos, y él, solo si había suerte, serviría de alimento a las llamas del hogar. Siempre en el mejor de los casos...
Mas el polvo empezó a dispersarse, provocando, eso sí, algún que otro estornudo. Diminutas motas alzaron el vuelo, danzarinas, juguetonas a contraluz, creando ensueños a su paso. Las arañas volvieron a su nido, arrastrando con ellas los velos que con tanto esfuerzo habían tejido para cubrir del frío que la vida provocó a aquél trozo de madera. La humedad, que nunca osó profanar sus misterios, dejó huellas sombrías sobre los leños en que se había aposentado. La tapa crujió, quejosa, mas aún con algún esfuerzo, permitió que la luz penetrase en el cofre abierto...
El cofre temía tanto ver el rechazo en aquellos ojos que ahora lo observaban, que intentó oscurecer aun más su pequeño mundo. Se negaba a compartir lo que durante años había sido olvidado en el desván, junto a él, bajo su custodia. Esos objetos, esos sueños eran su vida, su razón de ser, no merecían un desprecio. Así que sufrió cuando unas manos que no conocía hurgaron en sus entrañas, arrancándole casi a la fuerza lo que no quería desvelar. Esperó el maltrato, el cerrar su tapa de forma violenta; o peor aun, sentir cómo vaciaban su interior de toda vida, dando paso al vacío y la desesperanza. Mas no llegaba...
Asustado incluso de su propia extrañeza, decidió ser valiente y contemplar la escena:quizá tuviese que defender sus extrañas pertenencias. Moriría con ellas, pero no permitiría una burla de aquello que durante años albergó su cuerpo. Mas lo que vio, solo dio paso a mayor desconcierto... Las manos que amenazaban con arrancar su futuro y arrojarlo a las llamas, acariciaban con devoción todo aquello que durante años había ocultado. El roce de sus dedos iba haciendo desaparecer las capas de suciedad y abandono. Y reconoció entre esas manos sueños, fantasías, esperanzas, que se habían vuelto opacas con el paso de los años en clausura. Y sus tesoros comenzaron a brillar con luz propia, al recibir el reflejo de aquellos ojos que miraban...