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En Penumbras... de Magda Robles

En penumbras es donde los sueños cobran vida, junto al crepitar del fuego y el danzar de las llamas...
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Otro papel amarillo...



Oculta sus ojos en ese papel pintado que sabe de artificios a la vuelta de la esquina. Camina hacia la ventana, y son barrotes de hierro y humo los que le cortan las alas. Así pasa un día, y luego otro, y otro más, que se van acumulando como motas de polvo en el quicio de la puerta, tejiendo un muro de hormigón y telarañas que ciegan la salida. Con terror, descubre que el abrazo más querido es el brazo carcelero.

Y se vacía en su mirada....


Habitaciones (en)cerradas



Nos iba la vida en ello...

En disfrazar nuestras miserias y comernos la voz para que el quejido fuese menos amargo. Y jugamos a inventarnos con los trozos desperdigados sobre la cama, intentando encajar piezas de formas imposibles. Le dimos vida a los recuerdos con los puños apretados por la rabia desolada de  sabernos vacíos, incluso estando en el centro mismo del otro. Nos creímos dioses con cara de niños y el alma tiznada, viciada por el paso de otros cuerpos apartados, sobre otros cuerpos venideros, tras otros cuerpos ya olvidados.

Rompimos las ventanas a fuerza de empujarlas para que no calase el mundo, haciendo que cada cristal estallase en mil pedazos. Aún hoy, cada uno de nosotros porta un trozo de aquella afilada prueba clavado en el alma. Y el frío dejó trozos de escarcha escondidos entre las sábanas, que mordían los cuerpos al rodar sobre ellas.

Cayó el rey, y cayó la reina incluso antes de terminar la partida. Y perdimos la batalla de la misma forma que se pierde la inocencia, tras el primer golpe en el estómago de una mariposa traicionera que sabe cómo se provoca el huracán.

La oscuridad más aterradora siempre fue la que se contempló con la luz encendida.

Porque nunca supe ahogarme en tus ojos... Porque me iba la vida en ello.


Poemas para salvar Las Tablas


El pasado 12 de Diciembre tuve la suerte de participar en un evento maravilloso, un intento de alzar la voz y pedir ayuda por el impresionante humedal que son Las Tablas de Daimiel, del que hoy he recibido este precioso documento gráfico donde se recogen instantaneas de ese día:





Y junto a él, es todo un lujo poder compartir el libreto con todos los poemas leídos en tan especial ocasión, entre los que se encuentran dos de una servidora, y que fueron ilustrados con mucho cariño por una gran maestra como es Higorca Gómez Carrasco. Gracias siempre, por haber contado conmigo para este proyecto, que supuso para mi una experiencia inolvidable.


Porque todavía veo el mundo a través de tus ojos…



Hoy te he visto en otros ojos...

En una mirada desconocida que iluminó mi rostro, que casi rozó mis labios, y me miró ignorante de que eras tú quien me traspasaba... Te reconocí, me reconocieron por un instante, dibujando una sonrisa en la pupila, como un chispazo...

Su portador, ajeno al desencuentro, se vio obligado a detener su paso...
Y me miró...
Pero no vio nada.


Porque todavía veo el mundo a través de tus ojos…



Me dueles en los párpados...



Me dueles en los párpados...

Si, lo sé. Me habita un alma irreverente con voz propia... que no puede hablar con nadie de parir versos, pues un alma caritativa le explicaría paciente cómo cambiar pañales... A ella solo le importa el olor a sangre, cada contracción envuelta en tinta que la recorre a calambrazos...

 Hay días en que se despoja de mi, se encierra entre sábanas, y solo se nutre de versos desperdigados sobre la cama... como pequeños despojos de otra boca, arrebatados a otra mano y otro sentir que se vuelven propios... Y se emborracha con una maltrecha y ajada voz, que tararea una banda sonora ajena a sus pensamientos...   
(¿Acaso puede pensar un alma?)

Y así pasa mil noches y una, hasta que de repente recuerda que existe Peter Pan, y que ella también puede coser su sombra a mis labios. Entonces regresa... y volvemos al ser... 
Una....


"Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué habría de serme tan difícil?"

Hermann Hesse, en Demian
 

Extrañas...


Hoy he visto a una extraña en el espejo. Y me mira desdeñosa, como gata altiva ante el reflejo que cree de otra. No reconoce cada trazo de mi piel como la capa que cubre su esencia. Desconoce la mirada de estos ojos, que siempre fueron los suyos. Hoy he visto a una extraña en el espejo, que miraba a través de mi, mucho más allá de la línea de mis huesos. Me di la vuelta para intentar ver qué atraía su atención con tal intensidad, pero solo me topé con sombras.  Esta mañana los fantasmas de luz en el pasillo andan revueltos. El son de su danza no se ajusta a mis pies, pero tampoco parece llegar su música a ella, enajenada quizá, o tan solo enredada en su propia partitura.


Al rozar la superficie del espejo con esa materia gris de la que están hechos mis dedos recién desperezados, pareció diluirse. Pero fue tan solo un espejismo. Qué ironía, espejismos tras el espejo.

 Mas la extraña ya no me miraba: me daba la espalda. La línea de su cuello me provocaba, sus hombros esbeltos eran una clara afrenta a mi persona. Y sin embargo, percibí que ella también se mostraba ansiosa. Me buscaba a través de otro rostro de cristal y su reflejo, una y mil mujeres, extrañas todas encarnadas en un solo cuerpo...

Cruzando puertas



Creyó escuchar su voz en la distancia, pero ya no estaba. El vacío de sus pasos resonó por el pasillo, y una sombra dibujó el hueco en la que fue su silla. La ausencia se instaló de forma permanente en su cuerpo, y ocupó incluso un rinconcito en el armario. Vació el tercer cajón de la cómoda para guardar sus recuerdos, justo al lado de la ropa interior más delicada. Expiró su aroma y lo dejó colgado de la percha. En el último estante, de manera pulcra y ordenada, colocó los momentos arrancados al pasado, por tamaño, color, dolor e intensidad. Cubrió con un paño viejo cada una de las sonrisas, de forma que la herrumbre y la humedad no hiciesen mella. Tenía que conservarlas como nuevas. Por último, decidió embotellar sus lágrimas: podrían ser útiles en momentos de crisis. ¿Qué mejor condimento para aderezar un plato? Ese sabor salado arrancado al alma para alimentar el cuerpo...

Avanzó lentamente, y fue encendiendo sombras a su paso. Al llegar al final del pasillo, cerró despacio, casi sin hacer ruido, dio tres vueltas de llave... y dejó su vida detrás de la puerta.

Perdida entre páginas



Pequeña, insignificante e incomprendida, siempre vivió a destiempo. Creció contada en páginas llenas de un existencialismo profundo, de cruda realidad a veces; las más, tan solo insulsa y pintoresca. Pasaba los días entre páginas blancas de margen perfecto, rodeada de seres narrados con tinta monocromática. Pero siempre fue una rebelde. Cada tarde, cuando nadie la miraba, se subía al canto de la novelita en la que vivía, y contemplaba soñadora el resto de volúmenes perdidos en los anaqueles. Sin saberlo, era pequeña sirena envidiando las luces del lejano puerto. En su mundo tan solo se soñaba en blanco y negro.


Día tras día volvía sobre sus pasos, se refugiaba en su fría casa, cuadriculada, similar a cada una de las casas que llenaban su calle. Hablaba sin pensar, escuchaba sin oír, actuaba como una pequeña niña nacida en una pequeña novela sin importancia, que no debía hacerse notar. Sin embargo, en su fuero interno se debatía y luchaba contra esa gris existencia. Nuevamente cada tarde volvía a escaparse de sus páginas, y miraba más allá de ellas, imaginando otros mundos paralelos al suyo en la apabullante inmensidad de aquella biblioteca.


¿Qué criaturas extrañas encerraría aquel ajado volumen olvidado en la última estantería? Seguro que le darían miedo, y correría a refugiarse en la frialdad de su dormitorio, incluso a esconderse bajo su cama. ¿Qué maravillosos seres llevarían su existencia tras la gruesa edición de brillante portada? Su mente viajaba hacia ella, y se veía rodeada de explosiones de color con nombre de flor exótica, de mágicas conversaciones con ninfas, ondinas y demás guardianes de la naturaleza. ¡Viajar incluso a lomos del alado Pegaso!


Una tarde si y otra también escapaba de entre las páginas que le daban forma y le permitían respirar, perdida en ensoñaciones de otras hojas, en otros libros, con otra tinta… En su pequeña ignorancia, pensó que podría incluso transmutarse con otro tipo de letra. Pobre personaje de una triste novela.


De repente un día observó que el vacío que quedaba en un estante ya no estaba: había desaparecido tras el lomo de un volumen extraño. Pequeño, con un desgastado color a noche. No era un libro nuevo, más bien parecía rescatado de años de olvido en alguna pequeña librería de viejo. Intentó aspirar su olor a antiguo, a siglos de vida, a roce de manos que se habrían perdido entre sus letras. Desconocía qué historia se escondería entre sus páginas, pero por alguna razón comenzó a soñar con ser su protagonista. Así, creyó despertarse en verso, y cubrió su piel de rima apasionada. La mano pausada que derramó palabras y tinta por aquellas páginas pareció tocar con su halo divino a nuestra gris muchacha. Se envolvió de tal forma en ellas que incluso pensó que brillaba con luz propia. Y mientras, el aire desgranaba sueños…


Se creyó princesa, y como tal reinó en países mágicos y encantados. Se sintió sirena, y como tal se sumergió en la inmensidad del mar. Se miró al espejo y vio que podía cruzarlo. Lo cruzó… y estalló en mil pedazos. El humo gris de una pequeña y triste ciudad emborronó las páginas de este pequeño volumen narrado con letra añeja. El aire frío de su fría vida alborotó las hojas, y la obligó a correr veloz a la par que caían de cada párrafo las letras, una tras otra. Se perdió el príncipe en mil batallas, se arrastró al tritón con la corriente, se desencadenó tal tempestad entre aquellas soñadas páginas que la pequeña protagonista vio peligrar incluso su existencia, nuevamente gris, ya despojada de toda magia. La ira del escritor desplazó a la pluma, y el pequeño borrador que le prometió una vida terminó entre llamas.


¿Ahora qué hacer? Regresar quizá a su propia narración, de la que por instantes pensó escapar… Pero había perdido su letra, su formato, ya no encajaba en el pequeño espacio que en su momento le permitió ocupar un margen perfectamente justificado. Y se sintió protagonista de una historia que jamás será narrada, creación absurda de una mente enajenada que por error depositó en ella alma de poema. Y leyó entre manuscritos y obras sin encontrar un lugar donde depositar sus letras. Y pasó el tiempo. Hasta que un día, cansada de vagar, se detuvo en el último estante, observando la inmensidad de aquella biblioteca que dio luz a su narrativa. Se sentó, con la tinta ya borrosa, y sencillamente esperó. Y cuando el autor la encontró, decidió que era demasiado gris para merecer otra historia. Y la arrojó a la papelera de los personajes que no cobrarán vida a través de la palabra. Condenada a ser la protagonista de una obra eternamente sin escribir. Pobre niña gris, arrancada de una simple novela que se quedó sin páginas…


Arena

Tenía manos de desierto, y dejó perder un cuerpo entre los dedos…. Grano a grano empezó a disolverse por la punta del pie, mas apenas le dio importancia. Acariciaba levemente con tacto rugoso, pero nunca supo que esa dureza estaba en sus propias manos. Intentaba apresar las formas de una piel que se deshacía bajo su tacto apremiante. Siguió por el muslo y tan solo quedó aire cuando la carne se perdió bajo su roce. Ignorante, pretendió aprehender un cuerpo que poco a poco se componía de nada. Con los ojos cerrados, pensaba dibujar cada poro, cuando tan solo era polvo lo que rozaban sus palmas. El talle amoldado a su caricia; el busto, copa perfecta para su mano. El cuello, línea delgada delimitando fronteras. Era un nómada errante a punto de sumergirse en el oasis de un beso. En aquel instante abrió los ojos… tan solo tenía un puñado de arena a sus pies, que fue barrido por el viento.




Notas de lluvia.

La noche se traga el rumor pausado de unos pasos que se alejan. Las horas pasan arrastrando minuto tras minuto, colmadas de desgana. La voz cansada se esconde tras un cristal quebrado. La lluvia borra instantes manchados de desidia. Tu recuerdo vuela como hoja arrastrada por el viento. La luna llora. La vida pasa.







Tarde de lágrimas

Tan solo era una lágrima, pequeña, húmeda y salada resbalando por el rostro. Un suspiro de agua, una caricia mojada, que dejó tanto sin decir, oculto dentro de ella... Y según caía, inundaba el alma. En el rastro húmedo sobre la piel dejó sembradas culpa y sentimiento, dolor incluso...

Una lágrima que consumió un "te quiero", y lo obligó a morir antes de rozar la boca. El primer beso, y más aún, el primer engaño. Murieron con ella los besos no robados, el cuerpo que se perdió en la penumbra, el tacto de una piel. Esa amistad inquebrantable con quien comerse el mundo, mancillada al primer traspiés. Se llevó con ella abrazos y deseos, atardeceres que ya nunca verían el sol, tertulias y cafés sin compartir. Los juguetes y recuerdos de la infancia se vieron arrasados por su fuerza. El hogar que fue un día seguro se volvió de repente inhóspito y amenazante. Cuanta fuerza contenida en tan solo una pequeña lágrima...






El alma se empapó de pena, se emborrachó de ausencia y la dejo correr. Nació hija del vacío y la tristeza, se arropó con los silencios de una tarde gris, sintió celos del llorar de los cielos, y se hizo más audáz en su camino. Se alimentó de culpa, y creció de manos de la incertidumbre. Se deslizaba acariciando una tibia mejilla, casi con cariño... pero su beso dejó huellas en un rostro lastimado. Invocó fantasmas que torturaron la mente, encendió temores que se negaban a ver la luz, revivió heridas que se creían cicatrizadas hacía tanto tiempo...





En sus instantes fugaces de vida se detuvo a descansar en la comisura del labio, dejando un leve sabor amargo. Mas de repente, esa lágrima se ahogó en un beso. Y ese labio que absorvió su vida, de manera fortuita y sorprendente, también dotó de sentido a su corta existencia...

Aprendiendo a sentir

Tan solo era un pequeño juguete de metal: vacío, lleno de aire donde debiese habitar un alma. Sin más necesidad que unas manos que le diesen la vida, y una sonrisa infantil que contemplase su milimetrado movimiento. No era su intención ser así, nunca fue su culpa; solo era una carcasa hueca, no podía albergar calor ni sentimiento. Día tras día pasaba dormido en su estante, rodeado de inventos extraños, y la única compañía del tic tac de su propio corazón. Puesto que era un autómata, solo una fría máquina le daba vida, impulsaba su cuerpo y le obligaba a vivir. Robaba el reposo a los días en que su creador olvidaba dar cuerda a su mecanismo, quedando relegado entre cachivaches y objetos varios. Pero aun así, era el orgullo de su inventor: preciso hasta el extremo en cuanto a las órdenes que recibía. Nada fallaba, ni un engranaje, ni la más mínima pieza en su maquinaria.






Un día, como tantos otros, recibió el impulso vital del inventor, y se prestó a hacer las delicias de una dama encopetada que visitaba la tienda. La acompañaba una joven doncella, acompañante y sufridora de los caprichos de su señora. Piel de terciopelo, un leve rubor tiñendo las mejillas de su carita de ángel, tuvo la osadía de cometer un desliz imperdonable: sonreir ante el movimiento del juguete. De manera fulminante, el pequeño autómata perdió el paso. Dió un traspié, mientras la insufrible dama reía a carcajadas, y temeroso ante la cara de enfado del inventor. En mitad del desconcierto por este fallo, alzó la vista, y se prendió de los ojos de la niña. Y con una tristeza inmensa, aunque por supuesto él ignoraba que estaba experimentando un sentimiento, vio surgir una lágrima. Y esa lágrima rodó por la mejilla, a la par que nuestro pequeño amigo avanzaba en su caida. Sin salir de su asombro, dió con sus tuercas en el suelo, justo en el mismo instante en que aquella gota de pena se volvió sangre para el autómata. Recibió la savia de la joven damisela sobre su ajado cuerpo. Mas esta sangre no fue portadora de vida, sino causante de muerte: el pequeño mecanismo que marcaba el tic tac de su corazón se ahogó...


Una taza de café

Solo había entrado por descansar un rato, la taza de café era una excusa accesoria e indispensable. Por evitar el murmullo, el avasalle de cuerpos avanzando en direcciones opuestas, arrastrándola con ellos sin dirección definida. Hasta que dijo basta. Dio un paso, se salió de su camino, y ocupó el rincón más descuidado tras el cristal.

Se instaló, una pequeña presencia sin importancia, que casi pasó desapercibida hasta para el personaje pintoresco acomodado al otro lado de la barra. Mas al fin, sumergió asperezas y desgana en una humeante taza de café, y dejó escapar el tiempo entre sus dedos, sencillamente sin hacer nada. El reloj de arena movió montañas, el mundo exterior continuó su curso, y mientras ella se mantuvo perdida en una simple taza de café. Hasta que alzó la mirada…

Y en ese sutil deslizar de sentidos de un horizonte a otro, se detuvo levemente, y en su tropiezo cayó en otros ojos que la observaban. Eclipses de silencio detuvieron el mundo, y la nada llegó rauda para devorar a quien osado aminoró su paso contemplando esta escena: todos sobraban.

Por momentos transmitió verdades compartidas, secretos caducos e imperecederos que arrastraba en su mochila, como una carga. Con él, no necesitaba palabras. Cada fibra de su cuerpo tembló al ser reconocida en los ojos de un extraño. Se palpó incluso el conocimiento ancestral entre uno y otra, que impregnaba un aire que se negó incluso a ser respirado…no les hizo falta. Conoció miles de rostros que terminaban siendo el mismo, arrastró sentimientos encadenados que oprimían con tal levedad el pecho que asfixiaban sin llegar a matar, pero con él se vio libre de todo: él la escuchaba. Por eso le entregó su “aquí” y su “ahora”, y los trocó en eternos. Y acumularon vidas en un solo segundo: pasadas, presente, futuras, pero todas compartidas. Encontraron instantes que se hicieron eternos, ya que el mundo cerró sus puertas, se quedó vacío, y continuó su curso por y para ellos.

Un abrir y cerrar de ojos duró aquella mirada. Él apuró su copa, ella volvió a sumergirse en una helada taza de café. Después, cada uno siguió con su camino, seguros, convencidos de que antes o después volverían a encontrarse…

Un pequeño cofre olvidado

Al final de la escalera, al fondo del desván, en un rincón olvidado, permaneció durante años un pequeño cofre escondido. Ajado, cubierto de polvo y desengaño, esperó, desesperó, y se dejó morir lentamente. Tal vez no fuesen preciados tesoros lo que guardaba, tal vez solo pequeños recuerdos de antaño, entregados a memorias que no deseaban recordar.

O quizá insignificantes retazos de infancias truncadas, sueños imposibles que murieron en el intento de ser alcanzados, o sentimientos que no hallaron contrapartida. Polvo y humedad fueron su única compañía, cubrieron sus maderas, y fueron apagando su color, sepultando así aun más su insignificante e ignorada existencia. El sol entró de manera furtiva algunos días en el desván, inundándolo de color y fuego; a veces, la tormenta retumbó y partió el cielo en noches interminables y tenebrosas, pero el pequeño baúl no parecía tener conciencia de todo ello. Se limitaba a permanecer abandonado, escondido, guardián de sus pequeños secretos que a nadie importaban: quizá por ser demasiado insignificantes, o quizá por parecer demasiado extraños... Nunca se sabe.

Pero un día cualquiera, pasos temerosos se dejaron oír entre los ecos del desván. Poco a poco, de manera sutil, terminaron dirigiéndose hasta el último escondite, donde yacía nuestro cofre olvidado. Quizá hasta miedo daba, pues estaba cubierto de polvo, de tejidos laboriosos de arañas, y de suspiros. Mas una mano se acercó, y lo abrió con suspicacia: no esperaba encontrar nada. Los ojos se adaptaron a la penumbra, a los tonos grises, las manos a la aspereza y el tacto polvoriento.

Y el cofre empezó a sentirse aun más y más pequeño, temeroso de las fruslerías que durante años había cobijado. Terminarían entre un montón de despojos, y él, solo si había suerte, serviría de alimento a las llamas del hogar. Siempre en el mejor de los casos...

Mas el polvo empezó a dispersarse, provocando, eso sí, algún que otro estornudo. Diminutas motas alzaron el vuelo, danzarinas, juguetonas a contraluz, creando ensueños a su paso. Las arañas volvieron a su nido, arrastrando con ellas los velos que con tanto esfuerzo habían tejido para cubrir del frío que la vida provocó a aquél trozo de madera. La humedad, que nunca osó profanar sus misterios, dejó huellas sombrías sobre los leños en que se había aposentado. La tapa crujió, quejosa, mas aún con algún esfuerzo, permitió que la luz penetrase en el cofre abierto...

El cofre temía tanto ver el rechazo en aquellos ojos que ahora lo observaban, que intentó oscurecer aun más su pequeño mundo. Se negaba a compartir lo que durante años había sido olvidado en el desván, junto a él, bajo su custodia. Esos objetos, esos sueños eran su vida, su razón de ser, no merecían un desprecio. Así que sufrió cuando unas manos que no conocía hurgaron en sus entrañas, arrancándole casi a la fuerza lo que no quería desvelar. Esperó el maltrato, el cerrar su tapa de forma violenta; o peor aun, sentir cómo vaciaban su interior de toda vida, dando paso al vacío y la desesperanza. Mas no llegaba...

Asustado incluso de su propia extrañeza, decidió ser valiente y contemplar la escena:quizá tuviese que defender sus extrañas pertenencias. Moriría con ellas, pero no permitiría una burla de aquello que durante años albergó su cuerpo. Mas lo que vio, solo dio paso a mayor desconcierto... Las manos que amenazaban con arrancar su futuro y arrojarlo a las llamas, acariciaban con devoción todo aquello que durante años había ocultado. El roce de sus dedos iba haciendo desaparecer las capas de suciedad y abandono. Y reconoció entre esas manos sueños, fantasías, esperanzas, que se habían vuelto opacas con el paso de los años en clausura. Y sus tesoros comenzaron a brillar con luz propia, al recibir el reflejo de aquellos ojos que miraban...



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