Al final de la escalera, al fondo del desván, en un rincón olvidado, permaneció durante años un pequeño cofre escondido. Ajado, cubierto de polvo y desengaño, esperó, desesperó, y se dejó morir lentamente. Tal vez no fuesen preciados tesoros lo que guardaba, tal vez solo pequeños recuerdos de antaño, entregados a memorias que no deseaban recordar.
O quizá insignificantes retazos de infancias truncadas, sueños imposibles que murieron en el intento de ser alcanzados, o sentimientos que no hallaron contrapartida. Polvo y humedad fueron su única compañía, cubrieron sus maderas, y fueron apagando su color, sepultando así aun más su insignificante e ignorada existencia. El sol entró de manera furtiva algunos días en el desván, inundándolo de color y fuego; a veces, la tormenta retumbó y partió el cielo en noches interminables y tenebrosas, pero el pequeño baúl no parecía tener conciencia de todo ello. Se limitaba a permanecer abandonado, escondido, guardián de sus pequeños secretos que a nadie importaban: quizá por ser demasiado insignificantes, o quizá por parecer demasiado extraños... Nunca se sabe.
Pero un día cualquiera, pasos temerosos se dejaron oír entre los ecos del desván. Poco a poco, de manera sutil, terminaron dirigiéndose hasta el último escondite, donde yacía nuestro cofre olvidado. Quizá hasta miedo daba, pues estaba cubierto de polvo, de tejidos laboriosos de arañas, y de suspiros. Mas una mano se acercó, y lo abrió con suspicacia: no esperaba encontrar nada. Los ojos se adaptaron a la penumbra, a los tonos grises, las manos a la aspereza y el tacto polvoriento.
Y el cofre empezó a sentirse aun más y más pequeño, temeroso de las fruslerías que durante años había cobijado. Terminarían entre un montón de despojos, y él, solo si había suerte, serviría de alimento a las llamas del hogar. Siempre en el mejor de los casos...
Mas el polvo empezó a dispersarse, provocando, eso sí, algún que otro estornudo. Diminutas motas alzaron el vuelo, danzarinas, juguetonas a contraluz, creando ensueños a su paso. Las arañas volvieron a su nido, arrastrando con ellas los velos que con tanto esfuerzo habían tejido para cubrir del frío que la vida provocó a aquél trozo de madera. La humedad, que nunca osó profanar sus misterios, dejó huellas sombrías sobre los leños en que se había aposentado. La tapa crujió, quejosa, mas aún con algún esfuerzo, permitió que la luz penetrase en el cofre abierto...
El cofre temía tanto ver el rechazo en aquellos ojos que ahora lo observaban, que intentó oscurecer aun más su pequeño mundo. Se negaba a compartir lo que durante años había sido olvidado en el desván, junto a él, bajo su custodia. Esos objetos, esos sueños eran su vida, su razón de ser, no merecían un desprecio. Así que sufrió cuando unas manos que no conocía hurgaron en sus entrañas, arrancándole casi a la fuerza lo que no quería desvelar. Esperó el maltrato, el cerrar su tapa de forma violenta; o peor aun, sentir cómo vaciaban su interior de toda vida, dando paso al vacío y la desesperanza. Mas no llegaba...
Asustado incluso de su propia extrañeza, decidió ser valiente y contemplar la escena:quizá tuviese que defender sus extrañas pertenencias. Moriría con ellas, pero no permitiría una burla de aquello que durante años albergó su cuerpo. Mas lo que vio, solo dio paso a mayor desconcierto... Las manos que amenazaban con arrancar su futuro y arrojarlo a las llamas, acariciaban con devoción todo aquello que durante años había ocultado. El roce de sus dedos iba haciendo desaparecer las capas de suciedad y abandono. Y reconoció entre esas manos sueños, fantasías, esperanzas, que se habían vuelto opacas con el paso de los años en clausura. Y sus tesoros comenzaron a brillar con luz propia, al recibir el reflejo de aquellos ojos que miraban...
O quizá insignificantes retazos de infancias truncadas, sueños imposibles que murieron en el intento de ser alcanzados, o sentimientos que no hallaron contrapartida. Polvo y humedad fueron su única compañía, cubrieron sus maderas, y fueron apagando su color, sepultando así aun más su insignificante e ignorada existencia. El sol entró de manera furtiva algunos días en el desván, inundándolo de color y fuego; a veces, la tormenta retumbó y partió el cielo en noches interminables y tenebrosas, pero el pequeño baúl no parecía tener conciencia de todo ello. Se limitaba a permanecer abandonado, escondido, guardián de sus pequeños secretos que a nadie importaban: quizá por ser demasiado insignificantes, o quizá por parecer demasiado extraños... Nunca se sabe.
Pero un día cualquiera, pasos temerosos se dejaron oír entre los ecos del desván. Poco a poco, de manera sutil, terminaron dirigiéndose hasta el último escondite, donde yacía nuestro cofre olvidado. Quizá hasta miedo daba, pues estaba cubierto de polvo, de tejidos laboriosos de arañas, y de suspiros. Mas una mano se acercó, y lo abrió con suspicacia: no esperaba encontrar nada. Los ojos se adaptaron a la penumbra, a los tonos grises, las manos a la aspereza y el tacto polvoriento.
Y el cofre empezó a sentirse aun más y más pequeño, temeroso de las fruslerías que durante años había cobijado. Terminarían entre un montón de despojos, y él, solo si había suerte, serviría de alimento a las llamas del hogar. Siempre en el mejor de los casos...
Mas el polvo empezó a dispersarse, provocando, eso sí, algún que otro estornudo. Diminutas motas alzaron el vuelo, danzarinas, juguetonas a contraluz, creando ensueños a su paso. Las arañas volvieron a su nido, arrastrando con ellas los velos que con tanto esfuerzo habían tejido para cubrir del frío que la vida provocó a aquél trozo de madera. La humedad, que nunca osó profanar sus misterios, dejó huellas sombrías sobre los leños en que se había aposentado. La tapa crujió, quejosa, mas aún con algún esfuerzo, permitió que la luz penetrase en el cofre abierto...
El cofre temía tanto ver el rechazo en aquellos ojos que ahora lo observaban, que intentó oscurecer aun más su pequeño mundo. Se negaba a compartir lo que durante años había sido olvidado en el desván, junto a él, bajo su custodia. Esos objetos, esos sueños eran su vida, su razón de ser, no merecían un desprecio. Así que sufrió cuando unas manos que no conocía hurgaron en sus entrañas, arrancándole casi a la fuerza lo que no quería desvelar. Esperó el maltrato, el cerrar su tapa de forma violenta; o peor aun, sentir cómo vaciaban su interior de toda vida, dando paso al vacío y la desesperanza. Mas no llegaba...
Asustado incluso de su propia extrañeza, decidió ser valiente y contemplar la escena:quizá tuviese que defender sus extrañas pertenencias. Moriría con ellas, pero no permitiría una burla de aquello que durante años albergó su cuerpo. Mas lo que vio, solo dio paso a mayor desconcierto... Las manos que amenazaban con arrancar su futuro y arrojarlo a las llamas, acariciaban con devoción todo aquello que durante años había ocultado. El roce de sus dedos iba haciendo desaparecer las capas de suciedad y abandono. Y reconoció entre esas manos sueños, fantasías, esperanzas, que se habían vuelto opacas con el paso de los años en clausura. Y sus tesoros comenzaron a brillar con luz propia, al recibir el reflejo de aquellos ojos que miraban...
Entro en tu lugar, así en penumbras; fuera llueve y se ha desatado la tormenta que viene anunciándose todo el día.
ResponderEliminarHay lugares a los que entras y sabes que son los adecuados , como un puerto donde se puede atracar, dejar que pase la tormenta mientras un relato te mantiene absorta…es como esos puertos de los que nunca se quiere zarpar.
Maravilloso.
Un beso
Es todo un lujo mantener encendido este fuego que sé que te dará refugio de vez en cuando...
ResponderEliminarUn beso María...
Ese cofre es de forma de corazón.
ResponderEliminarEs un texto precioso, siempre hay lugares refugio, allí donde nos escondemos y nos encontramos.
ResponderEliminarMe encantan los desvanes, un beso Magda y gracias a María que me ha guiado hasta aquí
Podría serlo Kenit, los corazones también pueden esconder tesoros...
ResponderEliminarUn placer tenerte por aquí Ana, no sabes cuanto agradezco tus palabras... Y si, gracias a María que en su día también me acercó a tu acantilado...otro lugar donde perderse, para encontrarse.
ResponderEliminarHola Magda, me acabo de enterar que tienes un blog por el mensaje de facebook, no tenía ni idea. Enhorabuena para ti y tus visitas.
ResponderEliminarSaludos
Roy
Gracias Roy, de vez en cuando dejo lo que pasa por mi mente aquí. Un placer verte en este rincón en penumbras, bienvenido.
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