Pequeña, insignificante e incomprendida, siempre vivió a destiempo. Creció contada en páginas llenas de un existencialismo profundo, de cruda realidad a veces; las más, tan solo insulsa y pintoresca. Pasaba los días entre páginas blancas de margen perfecto, rodeada de seres narrados con tinta monocromática. Pero siempre fue una rebelde. Cada tarde, cuando nadie la miraba, se subía al canto de la novelita en la que vivía, y contemplaba soñadora el resto de volúmenes perdidos en los anaqueles. Sin saberlo, era pequeña sirena envidiando las luces del lejano puerto. En su mundo tan solo se soñaba en blanco y negro.
Día tras día volvía sobre sus pasos, se refugiaba en su fría casa, cuadriculada, similar a cada una de las casas que llenaban su calle. Hablaba sin pensar, escuchaba sin oír, actuaba como una pequeña niña nacida en una pequeña novela sin importancia, que no debía hacerse notar. Sin embargo, en su fuero interno se debatía y luchaba contra esa gris existencia. Nuevamente cada tarde volvía a escaparse de sus páginas, y miraba más allá de ellas, imaginando otros mundos paralelos al suyo en la apabullante inmensidad de aquella biblioteca.
¿Qué criaturas extrañas encerraría aquel ajado volumen olvidado en la última estantería? Seguro que le darían miedo, y correría a refugiarse en la frialdad de su dormitorio, incluso a esconderse bajo su cama. ¿Qué maravillosos seres llevarían su existencia tras la gruesa edición de brillante portada? Su mente viajaba hacia ella, y se veía rodeada de explosiones de color con nombre de flor exótica, de mágicas conversaciones con ninfas, ondinas y demás guardianes de la naturaleza. ¡Viajar incluso a lomos del alado Pegaso!
Una tarde si y otra también escapaba de entre las páginas que le daban forma y le permitían respirar, perdida en ensoñaciones de otras hojas, en otros libros, con otra tinta… En su pequeña ignorancia, pensó que podría incluso transmutarse con otro tipo de letra. Pobre personaje de una triste novela.
De repente un día observó que el vacío que quedaba en un estante ya no estaba: había desaparecido tras el lomo de un volumen extraño. Pequeño, con un desgastado color a noche. No era un libro nuevo, más bien parecía rescatado de años de olvido en alguna pequeña librería de viejo. Intentó aspirar su olor a antiguo, a siglos de vida, a roce de manos que se habrían perdido entre sus letras. Desconocía qué historia se escondería entre sus páginas, pero por alguna razón comenzó a soñar con ser su protagonista. Así, creyó despertarse en verso, y cubrió su piel de rima apasionada. La mano pausada que derramó palabras y tinta por aquellas páginas pareció tocar con su halo divino a nuestra gris muchacha. Se envolvió de tal forma en ellas que incluso pensó que brillaba con luz propia. Y mientras, el aire desgranaba sueños…
Se creyó princesa, y como tal reinó en países mágicos y encantados. Se sintió sirena, y como tal se sumergió en la inmensidad del mar. Se miró al espejo y vio que podía cruzarlo. Lo cruzó… y estalló en mil pedazos. El humo gris de una pequeña y triste ciudad emborronó las páginas de este pequeño volumen narrado con letra añeja. El aire frío de su fría vida alborotó las hojas, y la obligó a correr veloz a la par que caían de cada párrafo las letras, una tras otra. Se perdió el príncipe en mil batallas, se arrastró al tritón con la corriente, se desencadenó tal tempestad entre aquellas soñadas páginas que la pequeña protagonista vio peligrar incluso su existencia, nuevamente gris, ya despojada de toda magia. La ira del escritor desplazó a la pluma, y el pequeño borrador que le prometió una vida terminó entre llamas.
¿Ahora qué hacer? Regresar quizá a su propia narración, de la que por instantes pensó escapar… Pero había perdido su letra, su formato, ya no encajaba en el pequeño espacio que en su momento le permitió ocupar un margen perfectamente justificado. Y se sintió protagonista de una historia que jamás será narrada, creación absurda de una mente enajenada que por error depositó en ella alma de poema. Y leyó entre manuscritos y obras sin encontrar un lugar donde depositar sus letras. Y pasó el tiempo. Hasta que un día, cansada de vagar, se detuvo en el último estante, observando la inmensidad de aquella biblioteca que dio luz a su narrativa. Se sentó, con la tinta ya borrosa, y sencillamente esperó. Y cuando el autor la encontró, decidió que era demasiado gris para merecer otra historia. Y la arrojó a la papelera de los personajes que no cobrarán vida a través de la palabra. Condenada a ser la protagonista de una obra eternamente sin escribir. Pobre niña gris, arrancada de una simple novela que se quedó sin páginas…
Una maravilla leerte. Nunca me dejas indiferente.
ResponderEliminarUn beso.
Una obra eternamente sin escribir es una obra con infinitas posibilidades.
ResponderEliminarSaludos.
María... maravilla para mi seguir encontrándote en mis palabras...
ResponderEliminarMi querido guía, que estupenda sorpresa! Se extrañaba tu presencia... Bienvenido, que sea por largo tiempo...
Un placer leerte Magda.
ResponderEliminarBesos poéticos!!
Un lujo contar contigo en este rinconcillo... gracias Luisa! Un besazo, que con suerte podré darte mañana en persona.
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