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En Penumbras... de Magda Robles

En penumbras es donde los sueños cobran vida, junto al crepitar del fuego y el danzar de las llamas...
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Reseña de La fatalidad, de Fermín López Costero

 
Autor: Fermín López Costero
ISBN13: 9788494203695
Clasificación: Poesía
Tamaño: 14x21 cm
Idioma de publicación: Castellano
Edición: 1ª Ed.1ª Impr.
Fecha de impresión: Abril 2014
Encuadernación: Rústica con solapa
Páginas: 64
PVP: 10€
Colección: Daraxa

Hay libros que eligen a sus lectores, siempre he estado segura de ello, por lo que no me resultó extraño cuando “La fatalidad” (Ed. Nazarí, Granada, 2014), el nuevo poemario de Fermín López Costero,  comenzó a entonar cierto canto de sirena oscura dirigido a mi persona. Y me encontré con un libro descarnado, carente de artificio aunque singularmente profundo, que muestra un particular descenso a los infiernos. 


Al igual que Dante, quien se adentre en estas páginas no irá solo. Será  “El indigente” quien reciba al lector, y le ofrezca una semblanza de aquello que le aguarda. Se trata de un personaje dibujado  en claroscuro que enlaza con la tradición romántica del héroe maldito: una criatura derrotada, que atesora ilusiones rotas por la crueldad de existir, a la par que un vate, que tras dejar atrás su propia devastación,  alza la voz para gritar que aún hay esperanza. Él, “único superviviente y testigo del holocausto diario”,  será nuestro  guía en este viaje. 


Dividido en tres partes, el poemario ofrece un recorrido por todo un imaginario gótico, donde lo real no es más que el reflejo difuso de un paisaje interno, desolado. El poeta se sitúa en la penumbra, se posiciona en el lado marginal, junto al humillado y el desprotegido, y desde allí no duda en gritar la impostura de las letras y sus oficiantes (“solo germinan las palabras inservibles”), o en presentar una “Estampa urbana” demoledora y asfixiante, donde el consumismo y el conformismo han aniquilado aquello que de humano debiese tener el hombre (“Nada de lo que ocurre la conmueve.”). Ante este entorno hostil y devastado, la voz poética se encuentra desorientada: el no comulgar con las directrices existentes hace que el poeta sea un ente ajeno, un extranjero en un mundo que le resulta extraño, y al que arrastra de forma sutil al lector. Y una vez que el lector ya es partícipe de ese desconcierto, disecciona pasado y futuro de manera firme, con pulso certero e incisivo.


La memoria, los recuerdos, dejan de ser un lugar cálido y familiar que sirve de refugio, y se transforman en “La casa deshabitada” poblada de fantasmas, o “El jardín” sombrío. El pasado es un espacio decrépito, en ruinas, totalmente carente de belleza, donde los vestigios de la niñez no son suficiente impulso para asumir con valentía esa obligación de vivir que la propia vida impone (“Todos los días debo presentar pruebas / de mi existencia”). La infancia no es un estado idealizado (“calabozos de la infancia”), sino el preludio del poder destructor que alcanzará el ser humano (“aquellos juegos malvados de la infancia”), donde los niños pueden ser pérfidos incluso con el mítico y aterrador Golem. La estampa romántica que debería ofrecer el jardín en su ruina  aparece aquí transformada en un campo de batalla lleno de cadáveres (“vivo entre flores muertas”). La belleza natural es asfixiada por la fuerza bruta y el paso del tiempo, impunemente. 


Lo cotidiano se vuelve sórdido cuando el hambre (quizá de pan, quizá de vida…) y la carestía muerden cada día de manera irremisible (“el hambre que enterramos anoche / hoy ha resucitado”). Las alas no sirven para volar, sino para ser futura mortaja. La luz, que en otras páginas sería salvación, representa aquí el engaño: ilumina el espejismo y muestra una estancia está llena de objetos vacíos e inanimados. Es una luz sucia, tísica, enfermiza. Es la cadena del esclavo que apenas permite vislumbrar la vida. Sin embargo, el poeta ofrece la clave: en su extinción se encuentra la libertad. Hay que saber mirar para entender que es la palabra poética (y profética) la que verdaderamente ilumina. Que es él, el caminante en penumbras, el único que realmente camina guiado por una luz verdadera, ya que incluso la muerte porta un farol engañoso “que atrae a los desorientados”. Sin embargo, también deja entrever que en ocasiones este don puede ser pesada carga: 

”A veces me pregunto  
si no sería mejor callarse. (…) 
Dejar intacto el falso paraíso
y salir huyendo en dirección al alba."

Sin embargo, la tragedia va dando paso al drama cuando irrumpe con fuerza en el poemario otra fuerza salvadora: el amor. El amor como arenas movedizas, como cárcel donde vivir prisionero, como mar que oculta perlas y tesoros, pero también devora náufragos. Es un amor redentor, que acerca a lo imposible y otorga nueva luz al caminante. Es un amor carnal, ávido de labios que transporten al poeta a lo mundano, permitiéndole escapar de la prisión de la mente (“permite que mi calavera ruede dichosa, / libre, al fin, del cerebro que la habitó”) y su natural inclinación por lo sublime. Es un amor terreno, humano, plagado de pasión, duda, tristeza e incluso odio, pero que ofrece en su plenitud la inmortalidad a través de la persona amada (“Encerrado en tus ojos no envejezco”). Es este sentimiento el que da paso a un deseo de superación, de renovación gozosa que va incluso más allá de la muerte.

Sin embargo la tristeza, gris aliada del amor, vuelve a aparecer, y el tercer acto recupera el tono fatalista del inicio. Nos enfrenta aquí el poeta al poder demoledor del tiempo. No hay salida, no hay vía de escape a una vida que se dirige hacia un único destino, aunque parezca ofrecer  distintas sendas. El desgarro de vivir se muestra universal a pesar de la belleza de toda Anunciación. El poeta es criatura frágil, se reconoce perecedero y, muy a su pesar, “humanizado” e insensible hasta el punto de echar de menos al “otro”, al “no-humano” que siente y por lo tanto sufre, cuando en voz de “El árbol del ahorcado” admite que 

“ahora mis ramas añoran la compañía del cadáver.
Acaso era mi vida
la que pendía de aquellos huesos.” 

La misión profética del orate es más palpable que nunca en estos versos en que, como heraldo del Más allá anuncia, que “son malas noticias las que debo darte” (aunque siempre deja abierto un resquicio salvador) , antes de que caiga definitivamente el telón.

“La fatalidad” es, en definitiva, un poemario valiente, ambiguo, arriesgado incluso en un panorama literario actual que va por derroteros muy distintos. Un poemario que parece negro pero se desvela escrito a media luz, y ofrece infinidad de matices y lecturas desde su penumbra. Un poemario que zarandea al lector, y le obliga a mirar a los ojos a su propio y personal fantasma: esa fatalidad que, como el poeta afirma, 

“también es mi sombra 
y la sombra de mis actos”.

Los signos del ocho, de Enrique Ballesteros



“Esas señales que siempre están ahí, marcadas a fuego en el alma de las cosas, demasiado olvidadas pro demasiadas metas (…). Esos signos que nos susurran que, como el ocho, somos únicos, irrepetibles, ilimitados, sorprendentes. Igual que un infinito que como tal se desconoce.”

         

LOS SIGNOS DEL OCHO
Enrique Ballesteros Fernández
Editorial: Éride Ediciones
 


            El círculo es considerado como la forma más perfecta. Por tanto hablamos de historia redonda cuando encontramos cierto grado de perfección en ella, o lo que es lo mismo, cuando se encierra en ese círculo narrativo una trama que se va desgranando poco a poco y no finaliza al alcanzar la última página. En ocasiones se llega hasta el punto de conectar inicio y fin a través de algún guiño que pone claramente de  manifiesto ese eterno retorno plasmado entre líneas. Es este círculo cerrado el que muestra al lector que el autor sabe manejar convenientemente los hilos, y que todo estaba bien previsto y perfilado desde el principio. Del ocho dicen que es símbolo del infinito. Un número que encierra en su esencia el ser único, inabarcable, inalterable, mas en constante movimiento. Algo así como es el ser humano.

            Ambos signos aparecen y conforman la segunda novela del malagueño Enrique Ballesteros, Los signos del ocho, no solo en el título, sino en la estructura y el alma propia de la historia. A lo largo de estas páginas veremos como una “playa hecha de silencios” baña constantemente a los personajes. Contemplaremos un mar infinito que ocupa su existencia y los une de forma irremisible.

            La novela comienza con Javier, el personaje protagonista, despertando una mañana en una playa desconocida, con signos de haber disfrutado de una buena noche de juerga, y sin un triste recuerdo en su memoria: no solo de la noche anterior, sino tampoco de su anterior vida.  Es por tanto un recién nacido a una existencia en plena madurez aún por construir, que no porta bagaje vital que pueda limitarlo de forma alguna. Valiente, pleno de asombro y desconcierto, se amolda rápidamente a Málaga, esa ciudad que parece acogerlo sin hacer demasiadas preguntas. Sin embargo, en ocasiones el pasado irrumpe con fuerza y le permite vislumbrar instantes que no reconoce como propios, pero que parecen pertenecerle. Momentos intensos, vividos con pasión, que aparecen en su retina de manera espontanea, y de igual forma desaparecen.

            Es por tanto Javier el personaje usado por el autor para llevarnos en un doble viaje: el primero a través de una actualidad llena de corrupción, poder y mafias, términos que desgraciadamente van de la mano hoy día, y mostrarnos sus nefastas consecuencias a nivel medioambiental, social y personal. El segundo, a través del propio ser humano, en un intento por descubrir cuáles son sus valores, cuál su verdadera esencia, y cuales sus mecanismos de defensa más insondables.

            Esta aparente dualidad de tramas no es realmente tal, pues aunque cada una tiene voz propia en la novela, Ballesteros consigue aunar ambas en una narración que fluye de forma ágil y sencilla. Alterna un profundo lenguaje poético, con frases que son pequeños poemas en sí mismas, con una prosa espontánea, irónica e incluso mordaz en boca de ciertos personajes. Conecta el escenario de forma íntima con el protagonista, realizando continuos guiños al avezado lector sobre lo que está por llegar, o lo que no se nos muestra. Fusiona naturaleza agreste y urbana, tanto en su esplendor como en su decadencia, con la propia naturaleza humana, mostrándonos así ambas caras de una misma moneda. Inserta el cine en la literatura con el uso de técnicas propias de este arte, permitiendo al lector, gracias a distintos flashbacks, atisbar parte de ese pasado oculto en el presente narrativo.  Nos recuerda de forma fugaz que antes que “Los signos del ocho”, este mismo autor ya escribió “Ancestra”. Mantiene la tensión y la intriga hasta casi la última página, y abandona al lector con infinidad de preguntas acerca de su propia naturaleza. ¿Acaso hay algo más que se pueda pedir a una novela?

"En penumbras se hizo verbo", reseña de José María Ariño Colás.

Recupero hoy la reseña que hizo de "En penumbras se hizo verbo" un buen amigo, y que fue publicada inicialmente en su blog.¡Mil gracias José María por tus palabras y tu tiempo!


Reseña de José María Ariño Colás

   Pocos poemarios de los que recientemente han pasado por mis manos contienen la sutileza, la profundidad y la fuerza interior como el primer libro de poemas de la escritora granadina Magda Robles León, presentado el pasado mes de junio y que ha obtenido el XVII Premio Nacional de Poesía "Miguel de Cervantes" de la ciudad de Armilla. Su sugerente título - En penumbras se hizo verbo - sigue la pauta de su excelente blog y retoma un camino surcado de sueños, reflexiones, nostalgia, soledad, amor, desamor,... motivos que se remontan a lo más granado de nuestra tradición poética.

     La excelente introducción del poeta Francisco Acuyo nos abre las puertas a una auténtica metamorfosis, a una inefable transfiguración en la que el Verbo, la palabra recobra su protagonismo desde los primeros versos: Tan solo nací / para ser tu palabra / a través de tu boca, así comienza su primer poema ESPEJISMOS. Porque la palabra va más allá de la escueta realidad y transita por senderos insospechados llenos de vida. Así lo confiesa Magda en una POÉTICA de raíces becquerianas: La palabra / que late cual sangre ardiente, /arrebata y da vida en el mismo intento. A partir de ahí, desfilan los sentimientos de modo sublime, cual notas dormidas en el desván de los sueños. Y brota el SILENCIO - Este ruido está tan lleno de silencio... - y se deshoja lentamente la margarita efímera del tiempo que se pierde sin remedio en los laberintos de la memoria.

      Porque la poesía de Magda elige senderos teñidos de incertidumbre, SENDEROS DE TINTA, caminos soñados por el aire, cual una marioneta o una frágil luciérnaga; travesías marítimas en un intento de renacer cual sirena varada o Penélope enamorada de la vida. Todo ello a contratiempo, bajo la fatal amenaza del TIC-TAC imparable: Caen las horas / y ruedan como cabezas./ La guillotina ha visitado recuerdos... Recuerdos que son versos escritos a dentelladas, que son palabras que gotean con dolor cual una fuente reseca, que son albas sombreadas y ocasos sin retorno.

     Pero la poesía está impregnada de ausencias, de reencuentros, del poso agridulce de la memoria, del goce inefable de un amor imposible. Un amor cual estallido de pasiones, un amor que penetra en la desnudez del alma, un amor que se transforma día a día desde el sueño de un dios creador del verbo. Es LA VOZ DE LA PENUMBRA, poema que cierra la antología con un guiño a la Guiomar de Antonio Machado: Mujer sin voz esculpida en letras. / Musa y amante derramada en páginas. Como en Bécquer, amor y poesía se dan la mano - Poesía eres tú - y caminan por una vereda llena de surcos, cuajada de sentimientos sublimes, ahíta de luz y plenitud.

     Voy a plasmar uno de los poemas que, en mi opinión, reflejan mejor la esencia de la poesía de Magda:

                                            METAMORFOSIS

                                   Mudar la piel...
                                   Sentir cómo se desprende
                                   poco a poco y suavemente,
                                   renegada e insumisa
                                   porque ya no percibe tu tacto.

                                    Desvestir el cuerpo
                                    más allá de toda ropa.
                                    Ser crisálida abandonada
                                    de voluntad y entendimiento,
                                    oculta tras el embozo.

                                    Y dejarse caer.
                                    porque hay días
                                    que como pájaro indefenso
                                    la tristeza anida en los ojos.
                                    (...y se convierte en áspid...)

Poe, biografía de un maldito



“Los artistas siempre son pobres. 
Los artistas siempre son únicos, diferentes. 
Y solidarios. 
Ah, los artistas…"          

            Ser un autor maldito quizá implique que el lector, con tan solo percibir las letras que componen un nombre, abra las puertas de su imaginación a todo un mundo onírico y fantasmal, y se acerque a la palabra escrita con una fascinación atemorizada y reverencial. Y hablando de éste malditismo literario, si alguna vez hubo un autor que con tan solo unas líneas hiciese saltar todos los resortes preventivos de sus lectores, y los dejase completamente indefensos ante los terrores que desgranaba su pluma, ese fue Edgar Allan Poe.

            Maestro del relato corto, policiaco y de terror, la vida de este escritor ha provocado siempre una inquietud e incertidumbre en sus seguidores que es a duras penas satisfecha por la falta de datos, y los misterios que envuelven sus últimos días. Ello no evita que autores e investigadores sigan acercándose a ella para ofrecer su particular semblanza sobre el autor estadounidense. Es lo que hace Jordi Sierra i Fabra en su libro titulado Poe.

            En esta obra, Sierra i Fabra se adentra en la vida de Edgar A. Poe para ofrecer una biografía novelada e ilustrada. Acompañado de las inquietantes estampas con que Alberto Vázquez salpica sus páginas, Poe nos ofrece una sucesión de instantes que, una vez unidos, componen el lienzo de toda una vida. Sierra i Fabra apenas narra, no cansa al lector con datos superfluos, es preciso, incisivo y meticuloso en la información que desgrana, aderezada con anécdotas y fragmentos de los relatos nacidos de la mente prodigiosa de su insigne personaje. Cada capítulo es una ráfaga en forma de diálogos, una rápida intromisión en la vida de Poe, donde el lector es a la vez espectador pasivo y juez.

           De forma ágil, el autor expone todos y cada uno de los elementos que compusieron el entramado de sombras en la vida de Poe: su desgraciada infancia, los encuentros y desencuentros con su familia adoptiva, la dolorosa y prematura muerte de Virginia, su mujer, hecho que dicen marcó sus letras de forma indeleble y le llevó a dar vida más allá de la muerte a sus tenebrosas doncellas Ligeia, Morella, Berenice y por supuesto Annabel Lee. Sus romances turbulentos, su caída en el alcohol, su orgullo pisoteado por la falta de reconocimiento,  su ingenio desmedido, aquella pluma mordáz y crítica que le valió numerosos enemigos, y su extraña muerte...

            Aunque se trata de una obra narrativa, el homenaje al gran maestro del terror no podía dejar de lado uno de los poemas que han ayudado a inmortalizarlo. Así, Sierra i Fabra utiliza una estrofa del famoso poema “El cuervo”, símbolo que Vázquez también usa en sus ilustraciones con una fuerza impresionante, para introducir cada episodio de la vida del autor, y entre ambos consiguen dar vida de una manera particular al universo en blanco y negro por el que deambula Poe, con sus amores terrenos y ultraterrenos, y todos y cada unos de sus fantasmas.

            Poe es, sin lugar a dudas, una obra que merece ser degustada con calma.


La guerra del francés: Muerte al invasor, de Amando Lacueva

Tenemos un dicho que dice, valga la redundancia, aquello de que “segundas partes nunca fueron buenas”. Reconozco que estaba de acuerdo con él en gran medida, hasta que llegó Amando Lacueva a desbaratármelo. Si ya me impactó la lectura de “La guerra del francés- La marca del traidor”, tras leer esta segunda entrega, “Muerte al invasor”, tan solo puedo afirmar sin lugar a dudas que su autor va por muy buenos derroteros en esta su ya segunda incursión en el género histórico.

            Antes que nada, hay que aclarar que no es necesario haber leído “La marca del traidor” para poder adentrarse en la novela que nos ocupa, pues aunque habrá alguna referencia a acontecimientos ya pasados en la historia, y algún personaje saltará de las hojas de un libro a otro, el autor se preocupa de manera cuidadosa de aclarar cualquier duda al respecto, ofreciendo los datos pertinentes al nuevo lector para situarlo.
            Desde la Introducción nos llega una voz que nos resulta familiar, aunque su propietario no se presenta formalmente, y que nos pone en antecedentes sobre lo que vamos a encontrar en las páginas que tenemos entre manos. El Mellado, pues descubriremos que es él nuestro entrañable narrador, interpela a sus lectores cual feriante en día festivo, y vocea pidiendo nuestra atención antes de comenzar a narrar su historia, como si nos encontrásemos  frente a un juglar en la plaza del pueblo. Esta fórmula clásica ya usada por el propio Cervantes, donde el que cuenta la historia es consciente de que va a ser leído, y para ello la relata,  permite al autor remarcar que nos encontramos ante un trabajo de ficción, y que  a pesar de que narra acontecimientos que fueron reales, tiene licencia absoluta para entremezclar personajes históricos con aquellos que nacen  de su propia imaginación.

            Aunque la narración pasa de primera a tercera persona según conviene a la historia, será el Mellado, como ya hemos dicho, el hilo conductor de la misma. Sabremos gracias a él del barón de Eroles, y su papel en la resistencia; de la valentía de los brigants y las múltiples traiciones que sufrieron en manos de los suyos, o del tierno amor de Socallona por su librejo. Nos hablará de las malas artes de franceses e italianos durante la ocupación de Tarragona;  de las intrigas en calles, bares, bailes y salones, urdidas por el pueblo y para la liberación del pueblo,  en las que tuvo gran relevancia Teresa Savall, una heroína casi desconocida que ha sido rescatada del olvido en esta novela. Con un ritmo más trepidante si cabe que en la primera parte de esta guerra del francés, el Lacueva consigue arrastrarnos y sumergirnos  completamente en la acción, sin apenas darnos un respiro para desenmascarar a tanto traidor o caragirat como puebla estar páginas. Juega con el lector, le induce a apostar por la veracidad de algunos personajes, pero termina siendo él sin duda quien gana la mano...

            Sin ocultarse tras medias tintas, el autor plasma a través de un lenguaje propio, sencillo y directo pero con constantes guiños a la época,  la sordidez de aquellos años de guerras y escaramuzas, que lejos de resultar incomprensible, se adapta como un guante al momento histórico que relata. Con una labor de investigación que se percibe desde la primera página,  Amando ha conseguido encontrar el equilibrio, tan difícil a veces en el género, a la hora de aportar datos históricos sin romper la narración ni apabullar a sus lectores, lo que hace que la lectura sea  fácil, ilustrativa, y sobre todo muy amena.  

            “El francés”,  esa individualización del enemigo que oculta muchos nombres tras un solo rostro, en guerra con un nutrido grupo de héroes de a pie, hombres sencillos y curtidos luchando por su supervivencia, es sin lugar a dudas un episodio de nuestra historia que necesitaba una novela a su altura. Amando Lacueva se la ha proporcionado.

Más allá de la justicia, de María de Lourdes Victoria Muguira

 
No soy capaz de recordar desde cuando se vende el “sueño americano”, esa ilusión sobre una vida maravillosa llena de oportunidades, en un país gobernado por la libertad y la justicia. Por ello es reconfortante encontrar obras como la de María de Lourdes Victoria, que desgarran la utopía, y permiten a un lector ajeno al sistema de vida norteamericano atisbar todo lo que queda oculto tras esas cortinas de humo que en ocasiones son tan difíciles de cruzar.

“Más allá de la justicia” podría definirse como un thriller de abogados, que aborda el sistema judicial norteamericano de una forma absolutamente novedosa. La autora irrumpe en un mundo típicamente masculino de la mano de tres mujeres, y nos ofrece una visión muy particular, poniendo de manifiesto todos los entresijos que el ejercicio de la abogacía oculta. 

Melanie, Sofía y Rhonda son los tres personajes que se dejan oír con mayor fuerza en esta novela.  Investigadora agresiva e independiente la primera, abogada primeriza y algo ingenua la segunda, y por último, la secretaria indispensable y algo entrometida, estas tres mujeres manejan los hilos conductores de la acción a la vez que se enredan en ellos, y su alternancia de voces será la que permita al lector obtener una completa visión tanto de los casos en que trabajan, como de sus propios y problemáticos  universos particulares. Su día a día irá tejiendo una historia de lucha personal y profesional que se lleva a cabo tanto en los pasillos del juzgado como en el salón de casa.

Debido a esto, la variedad temática presente en la novela es también muy amplia: corrupción policial, leyes en muchas ocasiones absurdas, problemas burocráticos, prostitución, violencia tanto dentro como fuera del hogar, vidas adolescentes truncadas por abusos y drogas, separaciones y rupturas familiares,  y un largo etcétera, que muestran la cara más cruda de esta sociedad norteamericana. Sin embargo, la autora parece detectar cuándo el lector empieza a verse sobrepasado por esta dura realidad, y aprovecha para salpicar su relato con una buena dosis de ironía, dándonos así un respiro. También ofrece una visión bastante positiva de la inmigración, y juega con las distintas nacionalidades de sus protagonistas (mejicana, armenia y afroamericana) para aderezar su narración con una perspectiva multirracial.

Más allá de la justicia es, en definitiva, una revisión de la novela de abogados a la que estamos acostumbrados, que desnuda de forma irónica y clara los entresijos de ese en tantas ocasiones turbio sistema judicial. Su autora María de Lourdes Victoria, nacida en Veracruz pero residente en Washington, quedó finalista en el Premio Planeta de 2010 con esta obra. Ha publicado cuentos tanto en inglés como en español en prestigiosas revistas literarias y también es una apasionada del relato infantil.

"18 horas con Tejero", de José García Pérez



¿Quién no asocia de forma automática un disparo y el famoso “¡Se siente, coño!” al tricornio y el bigote de Tejero? Reconozco que mi recuerdo es un tanto pueril, ya que era muy niña cuando se produjo el asalto al Congreso de los Diputados aquel ya lejano 23 de Febrero de 1981 (23-F como coloquialmente lo llamamos), y conocí más el suceso por unas sevillanas cargadas de sorna que tarareaba en casa, que a través de cualquier otro medio. Por eso temía enfrentarme a este acontecimiento novelado de José García Pérez. Mi poca sapiencia en materia política e historia reciente, parecía indicar que me sería difícil de digerir esta pequeña obra. Pero qué equivocada estaba…

“18 horas con Tejero” es la particular e íntima crónica, “medio en broma, medio en serio, o sea, con humor angloandaluz”,  de quien vivió aquel suceso en carne propia. El protagonista es el propio autor,  José García Pérez, figura política andaluza, representante en el Congreso de los Diputados, pero lo más importante, persona que vio como su vida se quedaba en suspenso durante tan largas y difíciles horas. Ahora es fácil opinar (y obviamente visto desde fuera) sobre lo que pasó, o lo que pudo haber sido, pero no lo es tanto el ponerse en la piel de los que vivieron aquel encierro. Sin embargo, la maestría de José a la hora de narrar hace que durante las breves horas que dedicamos a su lectura, seamos uno más de aquellos secuestrados, mientras comparte con nosotros hechos y anécdotas de una manera sencillamente adictiva.

Con una prosa ágil y cargada de ironía, (en ocasiones hay incluso que dejar escapar la carcajada), somos testigos no solo de los acontecimientos históricos a través de los ojos de nuestro protagonista, sino también de sus pensamientos y conclusiones sobre lo que está experimentando: impresiones políticas y personales sobre personajes y situaciones pasadas y posteriores al golpe llenarán las páginas, que son ahora símbolo de los minutos que transcurrieron durante aquellas horas de encierro.

La mente humana es un río sin cauce, máxime en situaciones de grave tensión, por lo que no es de extrañar que al bucear en su memoria, el protagonista pase de relatar el hilarante golpe literal y físico de grandes figuras políticas al tirarse bajo los escaños, a recordar las enseñanzas paternas sobre la guerra “incivil” española, enlazándolas con el desasosiego ante una posible amenaza a la familia dejada en Málaga, y el temor sobre qué estaría pasando más allá de las paredes del congreso. Leemos la amarga decepción ante la actuación (o no actuación) de ciertas fuerzas sociales y personajes cercanos, mas también las aventuras sufridas para poder ir al baño, o su personal reconstrucción de cómo se habría preparado el intento de golpe de estado. Incluso hay breves capítulos llenos de pinceladas poéticas, desvelando otra de las facetas del autor, como ocurre con “El final”.

Y ya que del final hablamos, y puesto que no quiero desvelar en exceso su contenido, tan solo me queda decir que esta novelita ha sido hoy por hoy una de mis mejores clases de historia. No solo me ofreció datos, sino ratos (y algunos francamente buenos), o lo que es lo mismo: experiencias y situaciones que al hacerla más cercana, también la han convertido en real. Y creo que ese es el mejor toque que a una historia, y a la historia, puede dar un verdadero maestro.


Pinchando aquí las impresiones del autor, José García Pérez,  sobre su libro. 


Entre dos vidas, de Magda R. Martín



 
 “Cálmate. Descansa. Deja que la mente se relaje. Por un momento deja de pensar, y cuando estés más serena analiza tus sentimientos. Sobre todo, no te precipites en tus actos, porque luego te arrepentirás. Deja que la vida te de lo que debe darte, no quieras arrancarle aquello de lo que te priva porque solo encontrarás dolor.”

Aquellos que, como yo, han tenido la suerte de disfrutar de varias novelas de Magda Rodríguez, quizá estén de acuerdo conmigo en que su prosa tiene un cierto sabor familiar, entrañable, a la vez que indiscutiblemente real, incluso crudo si es necesario. Para mí, su prosa tiene ese regusto cercano que deja una historia no inventada, sino contada en confidencia por un padre, o quizá un abuelo, a quien una conversación en familia invita a recordar tiempos pasados. Refleja vivencias, por supuesto, pero también una sabiduría, una forma de entender a sus propios personajes, que tan solo la experiencia de una escritora observadora puede aportar. 

“Entre dos vidas” es el título de la obra que quiero compartir con vosotros, y que dará la clave de la novela desde el principio a aquel lector que sea algo perspicaz. La autora comienza esta novela centrándose en un encuentro, que obliga a su protagonista a viajar al recuerdo, hasta un lejano verano de 1.919. Volverá a Alicante, ciudad donde la familia Castro Rubio pasaba la época estival. Aunque la novela usa varias voces, recurso muy útil para ofrecer diversas versiones de una misma situación y presentar de manera objetiva la historia, en este primer momento la voz narradora la pone Emma, la pequeña de tres hermanas, dos de ellas en edad casadera. Gracias a sus recuerdos se nos irán presentando todos y cada uno de los personajes clave en el desarrollo de la historia: Don Julián, el padre, con su inquietante predilección por Emma; Doña Rosa, la madre algo frívola y calculadora de voluntad férrea; Berta, hermana mayor, prometida de Miquel y ajena a todo lo que no sea su propia vida; Maite, la mediana, egocéntrica, coqueta y vividora; y por supuesto Anthony, el joven inglés que desde joven cala muy hondo en Emma. Y es que hay ocasiones en que, cuando el amor te traspasa, lo hace para toda la vida. Sin embargo, las circunstancias no siempre acompañan, y en ocasiones consiguen que una bella historia de amor tan solo deje tragos amargos. El matrimonio apresurado por imposición materna de una Emma aún niña será el primero de ellos.

 Junto a los mencionados, todo un ramillete de personajes secundarios que le dan solidez a la historia, y facilitan la trama, a la vez que permiten a la autora introducir detalles sobre la época, la forma de vida, las costumbres y las difíciles circunstancias en que se encontraba nuestro país en aquella época. 

Como marco, y a la vez telón de fondo, dos guerras: la fratricida Guerra Civil española, que marcó los pasos iniciales de los protagonistas, y la II Guerra Mundial. Esta lucha cruenta encadenada entre hermanos y países servirá de excusa a los protagonistas para escapar de una vida que los asfixia, y luchar por un sueño, con ayuda de las milicias y la resistencia. Pero a la vez se comportará como la mano ejecutora de un cruel destino, deshaciendo ilusiones, y dando golpes mortales en el alma de  Anthony, y por supuesto, de Emma. 

A estas alturas no me cabe duda de que Magda Rodríguez Martín es una gran contadora de historias: a pesar de abarcar la vida de varias generaciones en una sola obra, deja al lector con sabor a poco.  Pero quizá lo más interesante sea la gran variedad de temas que consigue entremezclar en sus páginas. No es solo el contexto histórico y social el que aparece magníficamente plasmado en la novela, sino la profundidad humana de sus personajes. “Entre dos vidas” nos muestra cómo los errores que, quizá de forma inconsciente, o a veces incluso por puro egoísmo, cometen los padres al educar a sus hijos e intentar labrarles un futuro, pueden convertir la vida de un vástago en una cárcel sin prisión. Es impactante la forma en que nos obliga a tomar conciencia de los abusos cometidos tras máscaras de cariño a la par que la propia protagonista, y al igual que ella, somos incapaces de juzgar severamente al perpetrador. 

Magda usa la metáfora del juego en su novela, deja en el aire la idea de que quizá no somos más que piezas en un tablero, nos desvela algunos movimientos, y nos permite predecir los resultados. Pero cuidado, porque siempre, siempre, termina sorprendiéndonos. Ella misma, como autora y creadora, juega con las dualidades incluso desde el propio título de la novela: contrapone el valor y el miedo de sus personajes, las dos caras de una misma moneda, y por tanto muestra las distintas consecuciones de un mismo fin; a través de Anthony nos obliga a aceptar la vida como destino inmutable en el que somos simples marionetas; a través de Emma nos plantea la lucha constante por conseguir lo que se desea. Y cuando ya nos ha convencido, cambia de tercio, y nos obliga a volver a cuestionarnos todo. 

Creo que si tuviese que definir esta novela brevemente, diría que es una novela de grandes interrogantes: no solo para sus personajes, sino para el propio lector, quien no puede evitar extrapolar lo que lee a su propia existencia. Porque la vida no se pinta en blanco y negro,  sino en un amplio espectro cromático. Porque no existen la maldad o la bondad absolutas, ni hay respuestas completamente acertadas o equivocadas. Porque los sentimientos no nacen completos, sino que crecen, se transforman, juegan a ser espejismos, e incluso mueren, quien sabe si para resurgir de sus propias cenizas.  Por todo esto, y por mucho más que me niego a contaros, pues estoy segura de que leeréis la novela, no dejéis pasar “Entre dos vidas” sin hacerlo.

El legado del escorpión, de Juanjo Ruiz



 Siempre pensé que un libro decide cuando quiere ser leído. A esto me veo obligada a añadir que también decide cómo quiere ser leído. Cuando comencé “El legado del Escorpión”, mi intención era hacerlo de forma objetiva si se me permite el término, un poco crítica, aunque no profesional, que me permitiese redactar una reseña que compartir con amigos y futuros lectores de la novela. Así que preparé lápiz y cuaderno, para ir anotando mis impresiones según avanzaba en mi lectura. Mi gozo en un pozo, ya que no tomé ni una sola nota.

¿Por qué? Porque desde la primera línea me vi atrapada, sumergida en la historia, como si de un personaje más se tratase, y no fui consciente de ello hasta que me sorprendí soltando una carcajada (es lo que tienen los capones imprevistos de Don Máximo), y mi propia risa me devolvió al mundo real.

Juan José Ruiz Ruiz ha dado forma en El legado del Escorpión a una trepidante novela de aventuras, con el mar de escenario, y lo hace con gran maestría (aunque él se reconoce autor novel), presentando a grandes figuras de nuestra historia nacional no solo como héroes, sino también como seres humanos. La cercanía de los personajes nos permite ser testigos de valentías y debilidades del brigadier Churruca, del general Gravina, así como de la voz narrativa de la novela, el capitán Juan Ruiz de Medinaceli, que a través de luchas  reales e internas desembocan en éxitos y fracasos, algunos de ellos personales, a la par que la acción trascurre.

A caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, la historia comienza in media res, lo que permitirá al autor jugar de forma ágil con la secuencia temporal para ir componiendo toda la trama. De la mano del mencionado capitán Juan Ruiz de Medinaceli conoceremos las peripecias vividas por él mismo, y su intrépido grupo de marines y compañeros, bajo el mando del brigadier Churruca. Seremos testigos del asesinato del ex tutor real de Fernando VII, don Garcilaso de Villacastín; asistiremos al último juicio de la inquisición en Dominica, y conoceremos como se trama un complot para acabar con la vida del mismísimo Napoleón Bonaparte.

Juanjo es capaz de sumergir completamente al lector en una novela naval, y a este respecto debo agradecerle que lo haga de forma tan aparentemente sencilla, pues el lenguaje náutico nunca fue mi fuerte. De igual forma, desgrana una secuencia de hechos históricos sin agobiar con fechas o datos superfluos, y salpicando su narrativa con esa ironía tan fresca que lo caracteriza. Las grandes plumas que lo han influido están muy presentes en “El legado del Escorpión” (y donde digo presentes, digo presentes, pero no desvelaré más sobre este particular...), y a las que desde mi modesta opinión, no tiene nada que envidiarles. Otro detalle que en particular captó mi atención fue la inclusión de curiosidades históricas tales como la aparición del primer sumergible, lo que aporta una perspectiva didáctica sumamente interesante a esta obra. La pasión del autor por el tema que trata queda patente en toda la novela, y posiblemente sea esa su mejor baza para cautivarnos, ya que es imposible no dejarse arrastrar por ella en cada página.

Dice el autor en su contraportada que "...nada me llenaría más de orgullo que haceros soñar, imaginar y viajar con los valientes del “Espíritu de María” antes de dormir. Cerrar los ojos unos instantes, respirar hondo y estaréis andando y oliendo el mar por su cubierta…" Querido Juanjo, puedes darte por satisfecho: en lo que a esta lectora respecta, lo has conseguido con creces.

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