Tenemos un dicho que dice, valga la redundancia, aquello de que
“segundas partes nunca fueron buenas”. Reconozco que estaba de acuerdo
con él en gran medida, hasta que llegó Amando Lacueva a desbaratármelo.
Si ya me impactó la lectura de “La guerra del francés- La marca del
traidor”, tras leer esta segunda entrega, “Muerte al invasor”, tan solo
puedo afirmar sin lugar a dudas que su autor va por muy buenos
derroteros en esta su ya segunda incursión en el género histórico.
Antes
que nada, hay que aclarar que no es necesario haber leído “La marca del
traidor” para poder adentrarse en la novela que nos ocupa, pues aunque
habrá alguna referencia a acontecimientos ya pasados en la historia, y
algún personaje saltará de las hojas de un libro a otro, el autor se
preocupa de manera cuidadosa de aclarar cualquier duda al respecto,
ofreciendo los datos pertinentes al nuevo lector para situarlo.
Desde
la Introducción nos llega una voz que nos resulta familiar, aunque su
propietario no se presenta formalmente, y que nos pone en antecedentes
sobre lo que vamos a encontrar en las páginas que tenemos entre manos.
El Mellado, pues descubriremos que es él nuestro entrañable narrador,
interpela a sus lectores cual feriante en día festivo, y vocea pidiendo
nuestra atención antes de comenzar a narrar su historia, como si nos
encontrásemos frente a un
juglar en la plaza del pueblo. Esta fórmula clásica ya usada por el
propio Cervantes, donde el que cuenta la historia es consciente de que
va a ser leído, y para ello la relata, permite al autor remarcar que nos encontramos ante un trabajo de ficción, y que a
pesar de que narra acontecimientos que fueron reales, tiene licencia
absoluta para entremezclar personajes históricos con aquellos que nacen de su propia imaginación.
Aunque
la narración pasa de primera a tercera persona según conviene a la
historia, será el Mellado, como ya hemos dicho, el hilo conductor de la
misma. Sabremos gracias a él del barón de Eroles, y su papel en la
resistencia; de la valentía de los brigants y las múltiples traiciones
que sufrieron en manos de los suyos, o del tierno amor de Socallona por
su librejo. Nos hablará de las malas artes de franceses e italianos
durante la ocupación de Tarragona; de las intrigas en calles, bares, bailes y salones, urdidas por el pueblo y para la liberación del pueblo, en
las que tuvo gran relevancia Teresa Savall, una heroína casi
desconocida que ha sido rescatada del olvido en esta novela. Con un
ritmo más trepidante si cabe que en la primera parte de esta guerra del
francés, el Lacueva consigue arrastrarnos y sumergirnos completamente
en la acción, sin apenas darnos un respiro para desenmascarar a tanto
traidor o caragirat como puebla estar páginas. Juega con el lector, le
induce a apostar por la veracidad de algunos personajes, pero termina
siendo él sin duda quien gana la mano...
Sin
ocultarse tras medias tintas, el autor plasma a través de un lenguaje
propio, sencillo y directo pero con constantes guiños a la época, la
sordidez de aquellos años de guerras y escaramuzas, que lejos de
resultar incomprensible, se adapta como un guante al momento histórico
que relata. Con una labor de investigación que se percibe desde la
primera página, Amando ha
conseguido encontrar el equilibrio, tan difícil a veces en el género, a
la hora de aportar datos históricos sin romper la narración ni apabullar
a sus lectores, lo que hace que la lectura sea fácil, ilustrativa, y sobre todo muy amena.
“El francés”, esa
individualización del enemigo que oculta muchos nombres tras un solo
rostro, en guerra con un nutrido grupo de héroes de a pie, hombres
sencillos y curtidos luchando por su supervivencia, es sin lugar a dudas
un episodio de nuestra historia que necesitaba una novela a su altura.
Amando Lacueva se la ha proporcionado.
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