“Cálmate. Descansa. Deja que la mente se
relaje. Por un momento deja de pensar, y cuando estés más serena analiza tus
sentimientos. Sobre todo, no te precipites en tus actos, porque luego te
arrepentirás. Deja que la vida te de lo que debe darte, no quieras arrancarle
aquello de lo que te priva porque solo encontrarás dolor.”
Aquellos que,
como yo, han tenido la suerte de disfrutar de varias novelas de Magda
Rodríguez, quizá estén de acuerdo conmigo en que su prosa tiene un cierto sabor
familiar, entrañable, a la vez que indiscutiblemente real, incluso crudo si es
necesario. Para mí, su prosa tiene ese regusto cercano que deja una historia no
inventada, sino contada en confidencia por un padre, o quizá un abuelo, a quien
una conversación en familia invita a recordar tiempos pasados. Refleja
vivencias, por supuesto, pero también una sabiduría, una forma de entender a
sus propios personajes, que tan solo la experiencia de una escritora
observadora puede aportar.
“Entre dos
vidas” es el título de la obra que quiero compartir con vosotros, y que dará la
clave de la novela desde el principio a aquel lector que sea algo perspicaz. La
autora comienza esta novela centrándose en un encuentro, que obliga a su
protagonista a viajar al recuerdo, hasta un lejano verano de 1.919. Volverá a
Alicante, ciudad donde la familia Castro Rubio pasaba la época estival. Aunque
la novela usa varias voces, recurso muy útil para ofrecer diversas versiones de
una misma situación y presentar de manera objetiva la historia, en este primer
momento la voz narradora la pone Emma, la pequeña de tres hermanas, dos de
ellas en edad casadera. Gracias a sus recuerdos se nos irán presentando todos y
cada uno de los personajes clave en el desarrollo de la historia: Don Julián,
el padre, con su inquietante predilección por Emma; Doña Rosa, la madre algo
frívola y calculadora de voluntad férrea; Berta, hermana mayor, prometida de
Miquel y ajena a todo lo que no sea su propia vida; Maite, la mediana,
egocéntrica, coqueta y vividora; y por supuesto Anthony, el joven inglés que
desde joven cala muy hondo en Emma. Y es que hay ocasiones en que, cuando el
amor te traspasa, lo hace para toda la vida. Sin embargo, las circunstancias no
siempre acompañan, y en ocasiones consiguen que una bella historia de amor tan
solo deje tragos amargos. El matrimonio apresurado por imposición materna de
una Emma aún niña será el primero de ellos.
Junto a los mencionados, todo un ramillete de
personajes secundarios que le dan solidez a la historia, y facilitan la trama,
a la vez que permiten a la autora introducir detalles sobre la época, la forma
de vida, las costumbres y las difíciles circunstancias en que se encontraba
nuestro país en aquella época.
Como marco, y
a la vez telón de fondo, dos guerras: la fratricida Guerra Civil española, que
marcó los pasos iniciales de los protagonistas, y la II Guerra Mundial. Esta
lucha cruenta encadenada entre hermanos y países servirá de excusa a los
protagonistas para escapar de una vida que los asfixia, y luchar por un sueño,
con ayuda de las milicias y la resistencia. Pero a la vez se comportará como la
mano ejecutora de un cruel destino, deshaciendo ilusiones, y dando golpes
mortales en el alma de Anthony, y por
supuesto, de Emma.
A estas
alturas no me cabe duda de que Magda Rodríguez Martín es una gran contadora de
historias: a pesar de abarcar la vida de varias generaciones en una sola obra,
deja al lector con sabor a poco. Pero
quizá lo más interesante sea la gran variedad de temas que consigue
entremezclar en sus páginas. No es solo el contexto histórico y social el que
aparece magníficamente plasmado en la novela, sino la profundidad humana de sus
personajes. “Entre dos vidas” nos muestra cómo los errores que, quizá de forma
inconsciente, o a veces incluso por puro egoísmo, cometen los padres al educar
a sus hijos e intentar labrarles un futuro, pueden convertir la vida de un
vástago en una cárcel sin prisión. Es impactante la forma en que nos obliga a
tomar conciencia de los abusos cometidos tras máscaras de cariño a la par que
la propia protagonista, y al igual que ella, somos incapaces de juzgar severamente
al perpetrador.
Magda usa la
metáfora del juego en su novela, deja en el aire la idea de que quizá no somos
más que piezas en un tablero, nos desvela algunos movimientos, y nos permite
predecir los resultados. Pero cuidado, porque siempre, siempre, termina
sorprendiéndonos. Ella misma, como autora y creadora, juega con las dualidades
incluso desde el propio título de la novela: contrapone el valor y el miedo de
sus personajes, las dos caras de una misma moneda, y por tanto muestra las
distintas consecuciones de un mismo fin; a través de Anthony nos obliga a
aceptar la vida como destino inmutable en el que somos simples marionetas; a
través de Emma nos plantea la lucha constante por conseguir lo que se desea. Y
cuando ya nos ha convencido, cambia de tercio, y nos obliga a volver a
cuestionarnos todo.
Creo que si
tuviese que definir esta novela brevemente, diría que es una novela de grandes
interrogantes: no solo para sus personajes, sino para el propio lector, quien
no puede evitar extrapolar lo que lee a su propia existencia. Porque la vida no
se pinta en blanco y negro, sino en un
amplio espectro cromático. Porque no existen la maldad o la bondad absolutas,
ni hay respuestas completamente acertadas o equivocadas. Porque los
sentimientos no nacen completos, sino que crecen, se transforman, juegan a ser
espejismos, e incluso mueren, quien sabe si para resurgir de sus propias
cenizas. Por todo esto, y por mucho más
que me niego a contaros, pues estoy segura de que leeréis la novela, no dejéis
pasar “Entre dos vidas” sin hacerlo.
Magda: Yo sólo puedo decirte ¡gracias! Un abrazo, amiga.
ResponderEliminarA tí, por continuar escribiendo, y permitirnos disfrutarlo.
EliminarVa a ser que el nombre de Magda sea sinónimo de buenas escritoras!! Y yo que me alegro!!.
ResponderEliminarGracias a las dos por escribir tan bien.
Besos.
Ana Pastor.
O de dos caras de una misma moneda. Una escribe, la otra lee... Pero si que va a ser el nombre, jeje. Besos primor!
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