Título: La costumbre de ser lluvia
Autor: Fermín López Costero
Editorial: Entorno Gráfico
ISBN: 978-84-16319-19-0
Nº de páginas: 80
Colección: El torno gráfico de poesía, nº9
Reseña de Magda Robles León
“Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.”
Leo estos versos del portugués Fernando Pessoa, e inevitablemente regreso a otro poeta, berciano en este caso, y su “costumbre de ser lluvia que empapa de melancolía//el vuelo de las golondrinas. // La costumbre de llevar en la memoria una luz amarilla //que titila en otra ventana.”
Fermín López Costero (Cacabelos, León, 1962) es el autor de estas líneas, que podemos encontrar en un libro que toma su título del citado poema, “La costumbre de ser lluvia”, y que pertenece a la colección “El Torno Gráfico de Poesía”, editado por la editorial Entorno Gráfico de Granada. Articulista, maestro del relato y el microcuento, y excelente poeta, López Costero nos ofrece ahora esta lluvia literaria del Noroeste peninsular, que empapa por igual de júbilo y melancolía la Galicia de Rosalía de Castro, la Asturias de Clarín, el Bierzo galaico-leones de Antonio Pereira y el norte portugués de Miguel Torga. Se trata de alguna forma de una continuación algo menos tenebrista de su anterior poemario, La fatalidad, y que me atrevería a decir que enlaza de igual manera con Teatro de sombras, aunque esta última publicación pertenezca a un género distinto, como es el del microrrelato y/o cuento.
Todo libro es un viaje, así que antes de adentrarnos en éste encontramos, a modo de advertencia sobre el dintel de una puerta imaginaria al universo que el autor comparte con nosotros, un preámbulo que nos advierte de forma sutil acerca de todo aquello que encontraremos en el camino. Tras tomar impulso, y dar el “Salto”, nos encontramos en un “Sendero de ceniza”, título que da nombre a la primera parte del poemario.
Este sendero nos devuelve a la infancia, a los pactos ingenuos con la locura, “a la casa que un día abandonaste”, al grito de angustia que el tiempo asfixia irremediablemente (“Vuestra desmemoria en mi tumba (…)// No permitáis que mi palabra perezca también// entre tanto desconsuelo.”), y a la rabia, vencida al igual que la juventud, pero aún latente en los versos del poeta demiurgo. Y a la par nos muestra a toda una serie de personajes mitológicos, literarios, históricos y del mundo de las artes que hacen sentir al lector que, de alguna forma, no se encuentra solo en este particular viaje de descenso a los infiernos. Porque es precisamente ese el destino que sugiere la ceniza: símbolo de pecado, dolor y muerte, de materia consumida por el fuego y eterno recordatorio de lo efímero de la vida, la ceniza cubre de oscuridad y sombras la enfermedad, la locura, la senectud y el olvido que dominan esta primera mitad del poemario.
Sin embargo, el poeta revierte el malditismo que impregna sus propias letras, y escapa de estos senderos asfixiantes que ahogan el frescor del agua tan vital para la existencia al permitirnos vislumbrar que esta ceniza es también fruto de una necesaria purificación y regeneración a través del fuego (recordemos la figura mitológica del ave fénix), hermanándose en este sentido con la lluvia venidera en los siguientes versos.
La lluvia de la segunda parte se eleva como un canto a lo vivido y la nostalgia, y se transforma en esperanza, en promesa de regeneración, fertilidad y vida nueva. Quizá no humana y mortal, pero si eterna en y más allá de la palabra. Pues ¿acaso no es ella, la palabra, la vida cierta del poeta?
Así, hemos de “abrir los ojos a otra luz” y “los oídos a la lluvia // (rechazando) esa melodía triste, de ceniza//que alfombra nuestros pasos// y evapora el licor de las palabras”. Y una vez logrado esto podremos unir nuestra voz a esta plegaria, que casi cierra el poemario, y que nos permite afrontar con valentía el resto del camino al ir más allá de lo real y lo aparente al pedir...
“En vez de alas, pétalos,
para volar con la suavidad de un arcángel
sobre las praderas cuajadas de enardecidas amapolas.
En vez de alas, arrojo,
para ir tras la luna sonámbula
que camina sobre la humedad silenciosa de los tejados.”
Hace un tiempo leí de un escritor que son los versos que hacen hogar aquellos que verdaderamente le interesa descubrir. Son éstos poetas y poemas que llegan para quedarse en la más profunda intimidad con el lector. Versos que parten y traspasan, que se integran en el entorno vital e intangible de aquel que lee, y le ofrecen a la par bálsamo y cobijo. Poemas que transforman la vida herida en una herida bella.
Es esta una búsqueda que comparto. Y es gracias a La costumbre de ser lluvia que este pequeño hogar poético que es mi refugio se encuentra hoy más habitado.
P.d. Debiste haber visto esta reseña publicada, Femín... Lleva buen viaje, querido poeta. Inmensas gracias por tu legado literario. No perecerá tu palabra, a pesar del desconsuelo.
HORAS DE ARENA
"Al reloj de nuestra existencia
un arcángel de plata le hurta la arena.
Se la lleva en una carretilla desvencijada
mientras cavamos nuestra fosa.
Esta noche llueven ausencias
y llueven también horas, tristes horas,
famélicas, soñolientas,
de arena húmeda y pegajosa.
Nunca nos habíamos sentido tan desamparados
los habitantes de este lóbrego soportal,
viendo pasar el frío,
viendo pasar el carro de la muerte,
tan dubitativo, tan renqueante."