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En Penumbras... de Magda Robles

En penumbras es donde los sueños cobran vida, junto al crepitar del fuego y el danzar de las llamas...

Words...

 
"It isn't easy.
Words don't come easy
to me."


Brota agreste la palabra. 
Y queda expuesta, 
vulnerable como árbol desnudo 
de tardes sin remanso. 

Vertida, 
como páramo yermo 
anhelante de lluvia 
que lo preñe de preguntas. 

Incierta, 
como rama cobijo, 
que a pesar de la ofrenda, 
crece huérfana de alas…


Es el verbo látigo invisible...



Es el verbo látigo invisible
piedra muda que hiere sin golpe.
Tránsito improvisado
repentino 
a ninguna parte.

Palabra desgajada.
Árbol fértil 
de estéril fruto.
Bofetada del tiempo
y los que hablan en su nombre.

Cínico profeta.
             o
              e
                t
                 a
                  herido.



Untitled...



“Escarbo zonas no iluminadas.
Me daño.”
Inma Luna


Y como el infante del cuento
voy coleccionando guijarros
que me arrastran a tu orilla.

Oigo tu voz dormida
en el borboteo inquieto
del viento y su mecer de aguas.

Percibo tu sonrisa vencida
en este ajeno despertar de pájaros
que intentan alzar el vuelo.

Una rosa en su deshielo
deposita sobre mi frente
tu cálido beso muerto.

Hoy por fin he vuelto.

He vuelto
a jugar entre cenizas
en aquel hogar de antaño
que hoy ya no guarda
rescoldo ni llama.

Escribir...

"Escribir es 
desnudarse de puertas afuera."

Escribir.
sin encontrar destino.
sin apresar la huella.

Escribir.
derramando letras como sangre.
que se torna aliento indefinido.

solo Escribir.
escribirTe.
más allá de todo infierno.

porque no hay herida,
que a pesar de herida,
no pretenda abrir las alas.

 
Pier Toffoletti

Sin nombre...

Oigo una melodía extraña.
Me asalta.
Me resulta inexpugnable.

Y pienso que quizá
tú también me piensas
en este preciso instante.

Allá.
Al otro lado.

En el anverso de otra vida
que está aún por escribir... 



Flores rotas

Es difícil caminar
al filo del recuerdo
y evitar el desmayo.
Porque hubo un tiempo
en que fuimos destierro.
Cuerpos perdidos
en días sin nombre.
Noches marchitas
sin piel que salvar.
Hambre voraz
en mitad de la bruma.
Agua inasible
horadando el desierto
que hizo brotar
flores rotas
en cuerpos vivos.

Flores vivas
en cuerpos muertos.

"Truth of beauty", by Pat Erickson



Sin nombre...

Abrir los ojos al asombro
es permitir que la piel
dé vida
a un nuevo lenguaje.

Morir
es volver al vientre.
Naufragar
en la palabra herida.


Reseña de Ukigumo, de Ángel Olgoso


Título: Ukigumo
Autor: Ángel Olgoso;
Traducción al italiano: Paolo Remorini
Editorial: Editorial Nazarí S.L.
Colección: Daraxa
Páginas: 146 páginas
ISBN: 8494246518 ISBN-13: 9788494246517
Encuadernación: Rústica con solapas
Colección: Daraxa
 


“Entre las nubes,
el sol, zahorí celeste,
busca tesoros. ”



Decía del haiku el cineasta Andrei Tarkovsky que “con sólo tres puntos de observación, los poetas japoneses fueron capaces de expresar su relación con la realidad. No la observaron simplemente, sino que sin prisas y sin vanidades buscaron su sentido eterno.”  Por lo tanto, para llegar a aprehender esa trascendencia en toda su magnitud “el lector de un haiku tiene que perderse en él, como en la naturaleza, tiene que dejarse caer en él, perderse en sus profundidades como en un cosmos, donde tampoco hay un arriba y un abajo.” Sea por lo tanto con esa actitud que nos adentremos en las páginas del primer poemario publicado de quien ya es un reconocido maestro del relato corto, Angel Olgoso.

“Ukigumo”, primer poemario publicado hasta la fecha del autor, llega en una cuidada edición bilingüe hispanoitaliana de la mano de Editorial Nazarí. Paolo Remorini ha sido el artífice de la traducción, algo que esta antigua estudiante de italiano le agradece enormemente, ya que no siempre se puede refrescar un idioma de forma tan bella.  En él, Angel Olgoso adopta, de manera muy personal, el haiku como forma de expresión, modelando continente y contenido pero a la vez permaneciendo fiel a la esencia de esta breve forma poética japonesa. 

Leer “Ukigumo” es deslizarse por un prado idílico, personal e inexpugnable, durante un atardecer sereno, con el rostro vuelto hacia el cielo contemplando intangibles nubes pasajeras que se transforman en pequeñas ventanitas al asombro. Es sentir el gozo ante un manantial inesperado y su agua fresca, prestos a saciar la sed del caminante solitario. Es vivir con los ojos cerrados y el corazón abierto, descubriendo la vida que pasa en todo su esplendor, eterna, fugaz e inasible.  Leer Ukigumo es ver que, como el propio Olgoso indica, “Las estaciones pasan como un sueño” del que no apetece despertar.

“Kaoru” (Aromas), la primera parte del poemario, llega con olor a sal, a lluvia, a frío, a calima, a viento, a soledad sorprendida y a nostalgia.  Se salpican los paisajes otoñales, el invierno se contempla desde el mar o la montaña. La primavera y su dulce fruto irrumpen coloristas en la lectura cual cerezas montaraces. Se permite incluso un estornudo caprichoso. El estío se abre paso desvestido, con fanfarrias entonadas por insectos, el rumor a hierba seca, el tronar del “huracán de espinos” y la sombra de campos sin labrar.
Sin embargo, Kaoru no convoca tan solo al olfato: es también enormemente visual. Presenta el poeta a sus lectores un pequeño collage donde mezcla bermellones, granates, turquesas, azules, naranjas, verdes y amarillos con tonos grises de melancólica nostalgia. 

“Hojarasca otoñal:
arces pelirrojos, rubicundos álamos.
Melancólico esplendor.”

Y frente a todo ello, el poeta que contempla la inmensidad fugaz del paisaje, la transmite a su lector, y plasma una huella que se transforma en letras; el hombre, que torna la mirada hacia su íntima naturaleza, sublimado ante la belleza del entorno, y toma conciencia de la pequeñez humana. Porque somos instantes que se desdibujan, que se deshacen irremisiblemente en el devenir de los días.

Tempus fugit, y nosotros con él, ya que no somos más que criaturas hechas de tiempo que se acercan poco a poco a su destino (“Tu destino: salto de agua”). El tiempo y su victoria, la sensación de que estamos aquí tan solo de paso, permean todo el poemario. Como acertadamente afirma el poeta, incluso “las flores se marchitan//aunque se las ame”. Sin embargo, morir en Ukigumo no es un hecho trágico, sino un estado más en la constante metamorfosis que es el ciclo vital, por lo que incluso la muerte es motivo poético, y así queda recogida en estas páginas: misteriosa en su belleza decadente. 

Ukigumo es pues el embeleso, una sucesión de pequeños instantes de plenitud conjurados por el entorno, a través de sus elementos, que se desvanecen al confrontar la realidad. Es entonces cuando el poeta se lamenta: “Nada queda de la sublime pureza//en la feria de lo real.” Frente a la calma y la serenidad que nos aporta el contacto con la naturaleza, el terrible panorama urbano:

“Vómito y ruido,
desbarajuste y tedio:
ciudad.”

Tras este choque frontal y paisajístico llegan la piedra y su ruido. Akashi (Gema) aporta la dureza, el sonido anclado en el invierno, el eco de unos pasos en eterno caminar. Los breves versos que componen Akashi son un puñado de piedras dispersas, que quizá se transformen en piedras preciosas. Son gemas inmersas en un constante movimiento, breves destellos cegadores que disfrutan deslumbrando y que, tan solo en ocasiones, ponen en duda la propia existencia: “¿No he vivido?”

Ante esta incertidumbre, el poeta se refugia en la delicadeza de Utsemi, caparazón de cigarra. En esta última parte del poemario, los tres versos del haiku se transforman en dos, y en esta mayor brevedad la dualidad, la oposición de imágenes dibujadas en cada micropoema, se acentúan. El determinismo que embarga los poemas finales acrecienta el sentimiento de vacío, de añoranza, de ausencia y soledad (“Nadie te seguirá: //eres polvo arrastrado por el viento”); la sensación de fragilidad, de pequeñez del ser humano ante lo divino y atemporal de entorno natural cobra más fuerza si cabe. La apariencia y la impostura nos muestran su rostro. Porque vivir es sufrir,  y sufrir es estar vivo. Pero vivir también es asombrarse, recoger los pequeños instantes, y atesorarlos como verdadero aliento vital, como diamantes en bruto que una vez pulidos sacuden nuestro yo más íntimo.

“La límpida nube se retira y, soñolientamente,
pespuntea el tapiz del cielo-tierra.

Hija de Poe, poema de acróbata (Tomas Soler Borja)

Regalos... Los más bellos regalos, vienen envueltos en letras. Gracias mil...

HIJA DE POE  
(de acróbata, Tomas Soler Borja)

"De verso y silencio
reina mora en la Roja
cristiana y señora calles abajo
donde el Darro es sueño
que huye de miradas sin horizonte.


Mujer de una vez
poeta
y musa.

Mujer toda ella
niña azul en su corazón
amiga en el trato.

De plata y penumbras
su luz
desafía al brillo del atardecer nazarí.

De piel nívea como Ligeia
pelo moreno, ojos oscuros
como el siglo romántico
que tanto la llama
y que de su puño prolonga.

Hermana de letras.
Hija de Poe.
Mujer de carne y poema.

La tierra del granado es afortunada.
Y tu amistad
un regalo inesperado
que vino para quedarse."

acróbata
(a Magda Robles, poeta)


Es de acero este silencio...

Es de acero este silencio. 

De espuma,
sal y lumbre.
De mar
sin naufragio ni playa.

De abrazo partido 
y mirada entreabierta.
De noche fría,
sin madrugada.




Sin nombre...

Como brújula tu cuerpo...

Navego sin rumbo fijo
por el contorno
insondable
que trazan tus manos.

El ocaso lleva tu nombre.
Se deshace lentamente
como dulce manjar
en esta boca que te conjura.

Beber en ti
es derrotar la ausencia.
Tocar este horizonte
es caer en lo prohibido.



¿Dónde muere la palabra?

¿Dónde muere la palabra?
¿Dónde van a morir las letras?

Esos dardos
disfrazados de certeza
que alzan el vuelo
desde mi abismo.

Quizá exista otra piel...

Otro pecho descarnado
que aferrado a su silencio
les sirva de sepulcro 
cuando ya no tengan alas.

 
Monumento funerario del poeta Manuel Benitez Carrasco.

Reseña de "Alejado del tiempo", de Ramón López Pazos

Autor: RAMÓN LÓPEZ PAZOS

Ilustrador: Santiago Caruso

ISBN13: 9788494246593
Clasificación: Relatos
Tamaño: 14x21 cm
Idioma de publicación: Castellano
Edición: 1ª Ed.1ª Impr.
Fecha de impresión: Julio 2014
Encuadernación: Rústica con solapa
Páginas: 330
PVP: 15€
Colección: Mexuar
  
Reseña de Magda Robles León

Comienzo a tener la sensación de que todo libro que incorpore una ilustración de Santiago Caruso tiene algo especial que decirme. Hace algunos días cayó en mis manos Alejado del tiempo, opera prima del madrileño Ramón López Pazos, con “San Antón en el desierto” del mencionado ilustrador en su portada. Ya sabemos aquello que decía Oscar Wilde acerca de la tentación, así que sin pensarlo me dispuse a caer en ella. 

Reseñar un libro de relatos no es asunto sencillo, por la diversidad argumental principalmente; y para más inri, con esta obra que me estreno en lo que a este género se refiere… ¿dificultad añadida? Vosotros juzgaréis.

Alejado del tiempo es un volumen que encierra veintinueve pequeñas grandes historias entre portada y contraportada, y un nutrido grupo de personajes de la más variopinta condición, unidos en sus ficticias vidas por un mismo hilo conductor: la fragilidad del hombre ante su propia existencia. Podríamos decir que Alejado del tiempo es el refugio tras el que se esconden las distintas voces narrativas frente a un enemigo común: la vida, y con el avance de la misma, la en ocasiones irónica, en ocasiones funesta, corrosión del ser humano. Y es desde este baluarte atemporal que cada uno de los personajes nos irá desvelando las armas con que lucha, y los resultados obtenidos en esa batalla, en carne propia.

En el título ya encontramos la clave que permite al autor diseccionar los miedos y fantasmas que encierra la naturaleza humana: la lejanía de un momento concreto, la atemporalidad, convierten cada relato en algo factible y a la vez ilusorio. Desde el realismo más crudo a la magia, el misterio y la fantasía; desde la tragedia al drama, la comedia o el humor negro; desde la lágrima inclemente a la indiferencia o la carcajada ante un esperpento desenfadado; desde un pasado a un presente, y quién sabe si quizá hasta a un futuro incierto no muy lejano, la voz narrativa, o voces en este caso, conducen al lector por una amalgama de situaciones que irán desvelando la falacia de una sociedad enquistada en las apariencias y el qué dirán. Una sociedad donde, con ciertas reminiscencias kafkianas, se condena al ostracismo al diferente, y se decretan la soledad y el destierro como única medida “defensiva” frente al “otro”, entendido como aquel que no es igual a la gran masa. Una sociedad plagada de rituales, anquilosada en convencionalismos sin sentido y formas que resultan ridículas y vanas ante el vacío que aporta la rutina, y sobre todo ante la muerte. 

Esta postura crítica permea la casi totalidad de los relatos, aunque el tono utilizado sea muy distinto en cada uno de ellos.  Ramón López Pazos va moldeando en cada historia el lenguaje que emplea de manera habilidosa, y lo adapta de forma magistral a su propósito. Y curiosamente, quizá gracias a esta variedad de registros, sea que en no pocas ocasiones encuentra una historia desgarradora su contrapunto irónico en otro cuento. Sirvan de ejemplo estos relatos: si en “Bangtú” conocemos la crueldad e inhumanidad tan salvaje y descarnada que en demasiadas ocasiones se esconde tras la fanática máscara religiosa, en “Habemus Papam” nos deleitamos con una broma llevada al extremo por el protagonista, a través de la apariencia e  impostura. Situación similar encontramos al comparar “El mayor castigo”, donde la muerte golpea con saña, y “Escarceo con la parca”, segundo relato del volumen, donde el finado analiza su propia mortalidad con agudas pinceladas de humor (negro, pensarán algunos, yo diría que hilarante…) del tipo “No se muere uno todos los días, ahí radica el problema, en la falta de costumbre.” 

Como podemos observar, el autor juega a ser una Alicia creadora que transita por ambos lados del espejo. Nos muestra un mundo real, fácilmente reconocible y familiar, con el que el lector puede sentirse plenamente identificado. Una realidad en que el desengaño, la (des)esperanza, la sorpresa inoportuna, la tiranía de la rutina en la vida y la pareja, la fatalidad, los accidentes, e incluso los caprichosos dados del azar marcan el ritmo. Pero también nos zambulle en el mundo de los sueños y las pesadillas, a través de un universo fantástico poblado de súcubos, quimeras y demonios. Alejado del tiempo encierra un homenaje a Edgar Allan Poe en “La clínica”, o a través de sutiles referencias a otras historias del gran maestro del cuento de misterio que aparecen salpicadas en los relatos; existe un guiño a aquellas tiendas de los horrores donde comprar cualquier insólito artefacto es siempre posible; tropezamos con el miedo ante la imagen arrebatada, que se enlaza a los fantasmas de Dorian Gray o el hombre invisible; y nos embarga un angustioso temor al conocer la naturaleza de los hombres cambiantes, ante las distintas metamorfosis o trueques de identidad, y los no menos extraños “monstruos” humanos. No quiero dejar de mencionar un relato de tránsito, pues establece un delicado puente entre ambos universos, real y fantástico. Se trata de “19 Viudas”, un pequeño cuento que combina las particulares circunstancias de un patio de vecinos, ¿acaso existe algo más común y cotidiano?, con el terror psicológico más aterrador y refinado. Tras su lectura, os aseguro que el lector jamás volverá a mirar de igual forma a sus congéneres colindantes... Jamás.

Mas a pesar de este travieso lado oscuro, el lector no puede evitar sentirse fascinado por la magia de un libro que lleva la ficción más allá de sus páginas. Pues Alejado del tiempo es, en definitiva, un interesante catálogo de los miedos, certezas, azares, perplejidades, realidades e inexistencias que llenan la mochila vital de cada ser humano.

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