Título: Ukigumo
Autor: Ángel Olgoso;
Traducción al italiano: Paolo Remorini
Editorial: Editorial Nazarí S.L.
Colección: Daraxa
Páginas: 146 páginas
ISBN: 8494246518 ISBN-13: 9788494246517
Encuadernación: Rústica con solapas
Colección: Daraxa
“Entre las nubes,
el sol, zahorí celeste,
busca tesoros. ”
Decía del haiku el cineasta Andrei Tarkovsky que “con sólo tres puntos de observación, los poetas japoneses fueron capaces de expresar su relación con la realidad. No la observaron simplemente, sino que sin prisas y sin vanidades buscaron su sentido eterno.” Por lo tanto, para llegar a aprehender esa trascendencia en toda su magnitud “el lector de un haiku tiene que perderse en él, como en la naturaleza, tiene que dejarse caer en él, perderse en sus profundidades como en un cosmos, donde tampoco hay un arriba y un abajo.” Sea por lo tanto con esa actitud que nos adentremos en las páginas del primer poemario publicado de quien ya es un reconocido maestro del relato corto, Angel Olgoso.
“Ukigumo”, primer poemario publicado hasta la fecha del autor, llega en una cuidada edición bilingüe hispanoitaliana de la mano de Editorial Nazarí. Paolo Remorini ha sido el artífice de la traducción, algo que esta antigua estudiante de italiano le agradece enormemente, ya que no siempre se puede refrescar un idioma de forma tan bella. En él, Angel Olgoso adopta, de manera muy personal, el haiku como forma de expresión, modelando continente y contenido pero a la vez permaneciendo fiel a la esencia de esta breve forma poética japonesa.
Leer “Ukigumo” es deslizarse por un prado idílico, personal e inexpugnable, durante un atardecer sereno, con el rostro vuelto hacia el cielo contemplando intangibles nubes pasajeras que se transforman en pequeñas ventanitas al asombro. Es sentir el gozo ante un manantial inesperado y su agua fresca, prestos a saciar la sed del caminante solitario. Es vivir con los ojos cerrados y el corazón abierto, descubriendo la vida que pasa en todo su esplendor, eterna, fugaz e inasible. Leer Ukigumo es ver que, como el propio Olgoso indica, “Las estaciones pasan como un sueño” del que no apetece despertar.
“Kaoru” (Aromas), la primera parte del poemario, llega con olor a sal, a lluvia, a frío, a calima, a viento, a soledad sorprendida y a nostalgia. Se salpican los paisajes otoñales, el invierno se contempla desde el mar o la montaña. La primavera y su dulce fruto irrumpen coloristas en la lectura cual cerezas montaraces. Se permite incluso un estornudo caprichoso. El estío se abre paso desvestido, con fanfarrias entonadas por insectos, el rumor a hierba seca, el tronar del “huracán de espinos” y la sombra de campos sin labrar.
Sin embargo, Kaoru no convoca tan solo al olfato: es también enormemente visual. Presenta el poeta a sus lectores un pequeño collage donde mezcla bermellones, granates, turquesas, azules, naranjas, verdes y amarillos con tonos grises de melancólica nostalgia.
“Hojarasca otoñal:
arces pelirrojos, rubicundos álamos.
Melancólico esplendor.”
Y frente a todo ello, el poeta que contempla la inmensidad fugaz del paisaje, la transmite a su lector, y plasma una huella que se transforma en letras; el hombre, que torna la mirada hacia su íntima naturaleza, sublimado ante la belleza del entorno, y toma conciencia de la pequeñez humana. Porque somos instantes que se desdibujan, que se deshacen irremisiblemente en el devenir de los días.
Tempus fugit, y nosotros con él, ya que no somos más que criaturas hechas de tiempo que se acercan poco a poco a su destino (“Tu destino: salto de agua”). El tiempo y su victoria, la sensación de que estamos aquí tan solo de paso, permean todo el poemario. Como acertadamente afirma el poeta, incluso “las flores se marchitan//aunque se las ame”. Sin embargo, morir en Ukigumo no es un hecho trágico, sino un estado más en la constante metamorfosis que es el ciclo vital, por lo que incluso la muerte es motivo poético, y así queda recogida en estas páginas: misteriosa en su belleza decadente.
Ukigumo es pues el embeleso, una sucesión de pequeños instantes de plenitud conjurados por el entorno, a través de sus elementos, que se desvanecen al confrontar la realidad. Es entonces cuando el poeta se lamenta: “Nada queda de la sublime pureza//en la feria de lo real.” Frente a la calma y la serenidad que nos aporta el contacto con la naturaleza, el terrible panorama urbano:
“Vómito y ruido,
desbarajuste y tedio:
ciudad.”
Tras este choque frontal y paisajístico llegan la piedra y su ruido. Akashi (Gema) aporta la dureza, el sonido anclado en el invierno, el eco de unos pasos en eterno caminar. Los breves versos que componen Akashi son un puñado de piedras dispersas, que quizá se transformen en piedras preciosas. Son gemas inmersas en un constante movimiento, breves destellos cegadores que disfrutan deslumbrando y que, tan solo en ocasiones, ponen en duda la propia existencia: “¿No he vivido?”
Ante esta incertidumbre, el poeta se refugia en la delicadeza de Utsemi, caparazón de cigarra. En esta última parte del poemario, los tres versos del haiku se transforman en dos, y en esta mayor brevedad la dualidad, la oposición de imágenes dibujadas en cada micropoema, se acentúan. El determinismo que embarga los poemas finales acrecienta el sentimiento de vacío, de añoranza, de ausencia y soledad (“Nadie te seguirá: //eres polvo arrastrado por el viento”); la sensación de fragilidad, de pequeñez del ser humano ante lo divino y atemporal de entorno natural cobra más fuerza si cabe. La apariencia y la impostura nos muestran su rostro. Porque vivir es sufrir, y sufrir es estar vivo. Pero vivir también es asombrarse, recoger los pequeños instantes, y atesorarlos como verdadero aliento vital, como diamantes en bruto que una vez pulidos sacuden nuestro yo más íntimo.
“La límpida nube se retira y, soñolientamente,
pespuntea el tapiz del cielo-tierra.