Protege la ventana una alambrada.
Al otro lado, en su refugio,
una muñeca rota
juega
a columpiarse.
en una mecedora antigua.
Se balancea despacio.
Su pelo crespo,
azabache en otras lunas,
luce hoy encanecido por el polvo.
También hay polvo en las cuencas
rotas de su mirada.
A veces se oye un siniestro repiqueteo.
Es la lluvia y su “déjame entrar”
tocando a los cristales,
como si fuese un visitante
incierto y mal venido.
El lunario cuenta los días.
Y mientras, la muñeca espera
a que un soplo de brisa fresca
le traiga un golpe de suerte
y la ciegue al mundo
cerrando,
de golpe al fin,
la contraventana.