Un canalla que se disolvió en la noche; un poeta que jugaba a serlo, y se perdió en su propio laberinto; una voz adulta que embaucó a una joven adolescente, arrojándola entre las líneas de sus poemas... ese fue para mi Javier Egea. Poeta de la calle, de Graná, de arrabal y motel barato, bala perdida y maldita, genio que perdimos demasiado pronto....
Cuando en tardes que sobran las palabras y el día
sólo somos tú y yo, cada cual con su espera
y sin embargo atados en la misma carrera,
en el afán de luz, en la oscura alegría;
cuando nada se entiende sino en tu compañía
que le pone a los pasos un eco de bandera,
cuando ya todo el sueño se curva en tu cadera
y sólo en ella crecen velas, barcos, bahía;
cuando un día se sabe que pueda ser distinto
y se enciende la vida mientras amas y mueres,
cuando nada es distinto pero todo se evoca;
cuando se pide a un cuerpo la luz de un laberinto
y naufragan los días sin saber ni quién eres
y me pides silencio con un dedo en la boca.
Javier Egea
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