Por ellas.
Por sus hijos.
Ni una más.
Y a pesar de ello, doblé mis pasos
y me amoldé a las huellas
traidoras
marcadas
por unos seres que
no han sangrado nunca.
La rutina
tu fracaso
me fueron resquebrajando
y sin embargo
cada luna obtuve mi venganza.
La maldición del fruto envenenado rodó por la pendiente.
No me dolieron los golpes,
ni la voz rota
ni el alma herida,
pues cada tarde
en la soledad del vientre
encontré el consuelo de otro abrazo
y otros ojos
y otra risa no nacida
para no morir
nunca en tus manos.
by Anke Merzbach
NO entiendo como no hay comentarios en este feroz poema!
ResponderEliminarMe encantas Magda! Admiro profundamente tu forma de escribir!
Un enorme abrazo.
Es complicado hacer algo tan bello de el maltrato!
Pocos navegantes llegáis hasta este rincón en penumbras, lunaroja. Y sabes? Es siempre un placer encontrarte a mi regreso, más aún en letras que han nacido del desgarro. Gracias...
EliminarMe encantas cuando escribes Me quedo a leerte
ResponderEliminarEstas puertas están siempre abiertas para ti, Recomenzar. Gracias!
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