Hundes tus manos
en esta inocencia culpable y ciega.
Como incrédulo apóstol
a quien no le importa hurgar en heridas.
Aquí no hay dios,
ni maestro hecho carne que obre el milagro.
En el fondo,
no buscas que nadie te convenza.
Tan solo probar que la herida es mía.
Y que sangra...
Uff, qué poema!!
ResponderEliminarSe hace difícil el agnosticismo,
no llenarse de fe ante letras como estas...
Creo, creo que puedo creer
sin necesidad de ver, palpar,
huntarme los dedos de sangre y vida,
de versos y herida.
Creo en la poesía
y creo en los poetas.
Creo en ti, Magda.
Besos, reina mora.
Dicen que la fe mueve montañas, cada uno elige de qué material están hechas... agnosticos quizá, rendidos creyentes ante una diosa blanca... lo somos sin remedio. Gracias, hoy sobre todo por esa rotunda afirmación que acabas de regalarme... ahí deposito mi fe.
Eliminar¡Besos!
Apóstoles de la desolación, la fe arranca lo más profundo de nuestra alma desde lo oscuro.
ResponderEliminarY no siempre para dotarlo de luz...
EliminarYo depues del comentario de Tomás, qué te voy a decir?¿ Yo tb creo en ti.
ResponderEliminarMil besos mi reina!
¡Gracias, mi niña!
EliminarEl mayor auto de fe es el credo. Cuando el dolor flagela al alma solo el silencio nos ofrece el milagro. Eso y la reberveración de un suspiro que reza todo pasa.
ResponderEliminarGracias por un poema que desprende luz.
Besos Magda
Siempre consideré que el mayor auto de fe es aquel al que nosotros mismos nos obligamos a enfrentarnos... donde juez y parte son una sola esencia... El silencio, dice tanto cuando se le presta voz y oído... gracias a ti, por saber leerlo, a pesar de su aparente oscuridad.
Eliminar¡Besos Juliette!